Es de noche y conduzco sin prisa. El aire fresco que traspaso con mi coche se cuela por la ventanilla, enredándose en invisibles torbellinos por mi pelo. Estoy solo, nadie más maneja los volantes de otros coches por las calles, salvo esos inconscientes que presumen de exceso de velocidad (seguro que no tanto de las multas que les habrán impuesto). Cuando estoy rodeado por otros coches, surge inconscientemente una relación de grupo o manada entre su velocidad y mi pie, que aprieta el acelerador para ponerse a la altura de los demás. Ahora, sin embargo, nada me estorba ni incomoda. La luz y las sombras de las farolas crean un ambiente artificial pero encantador junto al rojo y el verde de los semáforos. Tan cierta es mi falta de prisa que incluso paro en semáforos en que jamás había parado pisando más el pedal. En medio de esta quietud que contemplo en movimiento y con los sonidos del piano en la radio y el aire, todo es calma y tranquilidad; no tengo más que mecer suavemente el volante.

¿No es perfecto estar al fin de vacaciones y no tener horarios ni citas?

Sonata para piano n 59 - Haydn



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