Se desparraman los restos de las flores

Se desparraman los restos de las flores
por el suelo.
Arriba, las rosas se desgastan, se marchitan,
pierden el color, se deshacen.
La que fue la más bella
del jardín cae, como todas,
rendida bajo el peso del tiempo.
Sólo de ella quedan
unos cuantos pétalos desperdigados
y un cáliz sobre el tallo.
Sus espinas conservan
el color de la sangre
de dedos incautos
que a ella se acercaron.
¿No era eso acaso antes,
pétalos, cáliz y tallo?
¿Qué ha cambiado?
Su belleza. Ya no es bella,
ya no es símbolo de plenitud
sino de falta, añoranza, tristeza.

Con la primavera volvió la poesía, pero
rápido, muy rápido pasó la estación;
¡esperemos que dure más el verano!




Izan

Mirada observadora, gestos nerviosos,
manos prietas, piernas intranquilas.
Unas veces sus ojos gritan,
otras sus pequeños labios lloran.
¿Qué nuevos e incontrolados sentimientos
se esconden tras su inocente boquita
llena de espuma marina?
Muecas de tremendo disgusto
o fugaces sonrisas.
La vitalidad que el bebé desborda
es emocionante.
¿Cómo puede crecer tanto este niño?
¿Cómo puede estar más grande cada día?
Ya me lo imagino
corriendo a mirar cada esquina.
¿Cuándo gateará? ¿Cuándo andará?
Al ritmo que lleva, poco le ha de faltar.
¿Cuándo hablará? ¿Cómo será su vocecilla?
Pronto, que ya balbucea y queda tan fresco.
¿Y los brazos? ¿Cuándo cogerá cosas?
Hacia ellas sus ojos van y sus manos agita.
¿Está bloqueada España?
No; incluso sin políticos sigue la vida.




Belén

            Ceniceros, peluches, perros que roncan, vecinos que molestan, compañeras de piso que no se van, camas que se rompen, mantas que nunca son suficientemente grandes... Besos húmedos y suaves, carnosos, cálidos, acogedores. El rosicler esférico de tus mejillas sonrientes. Palabras encadenadas. El rojo y el negro de tus labios y tu pelo. Dos carrillos como dos soles. Respiraciones encontradas, latidos acompasados. Dorada piel de oliva. Esa sonrisa irreprimible que a veces te ataca. Botellas de vino en copas de champán, frisuelos, nata. Piensa en verde. Chocolate con churros en bares de época o de recuerdos. Me gusta perderme en la negrura del caluroso bosque de tu cabellera.
            ¿Con quién sino contigo podría encontrar esa atmósfera risueña, esos silencios cómodos, ese bienestar?
            Lo mejor de tu siempre desordenado cuarto (yo ayudo a que así esté) son las vistas. La ventana da a una esquina con la plaza circular, plagada de plátanos enormes. Estos árboles tienen forma de mano sarmentosa, con muñecas fuertes y gruesas con dedos retorcidos y largos que acaban en muñón, del que salen en explosión de fuegos artificiales las ramas más pequeñas, las hojas y los frutos esféricos. Entra por esa ventana un ruido de coches que, en vez de ser desagradable, crea un sonido de fondo prácticamente continuo, al contrario que a pie de calle. Ésta se ve también desde tu cuarto, y podría estar horas mirando desde allí la vida pasar, en apariencia tranquila, sosegada y repetitiva, a tu lado.
            Los mismos árboles cuyas hojas caídas y crujientes aplastaba y cuya corteza arrancaba del tronco blanco y a cuya base trataba de escalar bajo la atenta mirada de mis abuelos. Ese parque al que acuden niños y ancianos a gozar de una tranquilidad rodeada de coches, ruido, contaminación. Tampoco puedo olvidar la anécdota que ellos me cuentan de cuando tenía cinco años, que me llevaron al parque y me escapé. Ellos se preocuparon, buscándome por todas partes, hasta que volvieron a casa para llamar a la policía y allí me encontraron, donde había vuelto solo.
            Los plátanos tienen un imagen egregia iluminados con la luz de mediodía. Echaré de menos este cuarto repleto de cosas, estas vistas, estos recuerdos... 
            Allí, bajo esas sábanas a la luz de esa ventana se fue fraguando a fuego lento nuestro amor sin locura, sin prisas, disfrutando cada momento, cada beso, cada caricia.

            Siempre llegamos tarde a cualquier cita o compromiso porque nunca es bastante el tiempo de comernos el uno al otro y estar juntos.
Muchas veces nos quedamos mirándonos a los ojos o cerrando éstos, al calor de nuestros brazos, nada más.

Difícil es tanto
Sintetizar para mí
La esencia de nuestro amor...

            Desde que te conozco, todo en mi vida se ha puesto del revés. Mi inspiración ha crecido, al igual que mis ganas de presentarme a concursos, ir a conciertos, al teatro, a museos... Veo que al fin puedo cumplir esos pequeños planes que se me ocurrían antes y que ahora podemos hacer juntos. Que sepas que me encanta meterte en mi mundo, enseñarte mi música e ir mano sobre mano a todos estos sitios.
En definitiva, desde que estoy contigo la vida es más llevadera y más ganas tengo de exprimirla. ¿La disfrutamos?



¿Cómo sería...?

¿Cómo sería
la primavera eterna?
¿Cómo sería
un continuo florecer?
Tumbarse plácidamente
a ver las nubes pasar.
Caminar por el borde de la playa,
sentir la arena hundirse y el agua refrescar.
¿Cómo sería
vivir siempre en vacaciones?
Sin más preocupaciones que
repartir el tiempo libre.
¿Cómo sería
acabar todos los días saciado
y con buen provecho?
sentirse lleno, acompasado.
¿Cómo sería
tener lo necesario, lo suficiente?
¿Cómo es la felicidad?
Yo ya sé cómo es
todo eso y mucho más.
Yo lo tengo todo y en abundancia.
Porque yo
la tengo a ella.

Desayuno

Desayunando me hallo,
constantes los bostezos,
los párpados de acero.
Torpe con la mano alcanzo
la leche, el café, el vaso.

Vaporoso aullido
hasta mis oídos llega,
y sobre alta peña
paréceme estar (rugido
del viento) y no en espera
de la ardiente cafetera
con oscuro contenido.

Al fin viene a mis manos
ardiente por dentro y fuera
(tanto que los dedos me quema).
Con precaución y protocolo saco
fugazmente lo hervido o asado.

Húmedo crujido,
que a la tierra espanta.
Cereales, pastas,
metálico chasquido.

Rutinarios sonidos son todos,
acompañantes únicos del despertar.
Sin su monotonía, ¡qué soledad!
En el día, con ellos de fondo,
que me espera empiezo a pensar.
¿Qué me deparará?
Mi cuerpo pide reposo,
mi mente ya en marcha está.
Lo descubriré pronto,
que la mañana es larga
pero el día corto.
Hasta entonces, me pongo

otro café
y que sea lo que tenga que ser.

Insomnios cubiertos de versos

Esta noche de
insomnios cubiertos de versos,
las musas me arrojan sobre la pluma.
Palabras son éstas
salidas de mi alma.
Si ante su profundidad y sinceridad
no te inmutas
¡Oh, impasible amada!
¿Qué será de mí?

Pero si aceptas venir conmigo,
seremos como las estelas
de dos dispares aviones
que lejanos paran
en un mismo aeropuerto.
En el cielo nuestro gas se cruza,
en la tierra nuestros caminos se encuentran.
Seremos como dos libros
desordenados, amarillentos,
que al ponerse en su sitio
acaban donde debían estar,
juntos.
Seremos dos gotas de agua
que lanzadas desde las nubes
se unan en un pequeño charco
y reflejen el cielo.
Dos rocas en la montaña
que labradas y colocadas
formen parte
de una obra de arte.
Unos acordes que formen una melodía.
Yo seré viento que rozará tus aguas.
Tú serás la luz que me despierte cada mañana.
¿Qué otra cosa puedo hacer sino
llamar a tu puerta
si estoy enganchado a ti?
Amoroso lazo me ata a tu cintura,
fervorosos sentimientos a tu corazón.
¿Podrás negarme el placer de
mirarte, conocerte, viajar?
¿Podrás negarme que cuando mis ojos y tus ojos coinciden
hay una chispa que crece, sube,
y se hace bengala en tus pupilas?
Luz, rocas, aguas, viento y estelas,
todo eso y más
seremos, sólo hace falta un sí.
¿Quieres?

Heredarás la Tierra

Tras largo y tortuoso ascenso, su padre y él llegaron a lo alto de un acantilado. Como de costumbre, se asomaron al borde de la roca; mas quedaron espantados nada más hacerlo: ante sus ojos se revolvía violento el tenebroso y viscoso océano, que había tomado el color de las pesadillas nocturnas. El viento movía al impetuoso oleaje, que teñía de oscuro la orilla.

Desde niño le habían inculcado el amor por la naturaleza y el uso racional de los recursos (o sostenible, como gusta decirse ahora). Así que, desde que vio el chapapote, se propuso estudiar para evitar que la contaminación y el cambio climático fueran a más. Trabajó duro para licenciarse e investigar en el campo de la automoción (pues el 20% del CO2 que emitimos se debe a los transportes). Tras años de estudio consiguió la deseada fórmula: un coche completamente eléctrico y económico. El suyo es sólo un pequeño paso, pero una vez más no depende sólo de él poder luchar contra el calentamiento global. Nuestro protagonista ha hecho una parte importante, ahora debemos extender el uso del coche eléctrico, cuidar de que la electricidad que lo mueve venga de fuentes renovables, no malgastar lo que escasea… Por trabajos como el de este investigador anónimo, cuya imaginada vida nos ha servido de pretexto para concienciar una vez más sobre este problema, y los de otros muchos, cambiar esta situación y salvar el planeta es posible; pero la responsabilidad también es nuestra. ¿Vamos a legar a nuestros hijos una tierra enferma y sin curación?

Mi mesa está cubierta

Mi mesa está cubierta
de pétalos de rosas muertas,
(los aún tiernos se
confunden con los ya secos).
Gradualmente han tomado
el color púrpura,
el color de la muerte;
y aunque los apriete,
nunca se parten.
Mi mesa está llena
de ambiciones, de sueños,
de dibujos, de apuntes.
La plenitud de la primavera
ha llegado,
el verano está cerca;
muchas son las rosas que
siguen naciendo;
pero no puedo evitar
mirar con tristeza los pétalos marchitos.
Ya el sangrante oro del campo
se extiende en oleadas, reluciente,
por el llano castellano.
El sol y su luz se reflejan
en cada grano naciente.
Pronto mi abrasadora mesa se vaciará de todo esto,
de toda obligación, de todo trabajo,
y se llenará de proyectos y viajes,
de libros, de películas, de paseos,
de oro, de plata, de aire.
Pronto, muy pronto,
llegarán las vacaciones a mi cuarto.





Tierna rosa

Tierna rosa
de gráciles formas,
efímera belleza,
fresca fragancia;
delicada flor,
todo en ti me recuerda

a la juventud nuestra.
Cada pétalo, que
se enrosca cubriendo
los órganos sexuales,
es como una vivencia;
recién cortada es
la belleza, la perfección;
lentamente decae, desfallece,

muere.
Dos días bastan para aplastar su gracia,
desmejorar su olor,
endurecer su plasticidad,
pudrir su vida.
Grandes, orgullosas al principio,
acaban encogiendo, deshojándose,
marchitándose.
¿Cómo puede una planta
de tan agresivas espinas
y hojas dentadas
encerrar tanto encanto?
Albo, carmesí,
rosicler, ambarino,
fucsia...
La variedad de colores es
igual a la de aromas.
A partir de ahora
me declaro amante de las rosas.
¡Bendito sea mi jardín,
que tan bellas me las ofrece!










Porque hoy es sábado

La diaria lucha entre luz y oscuridad se desarrolla frente a mí. Nubes y estelas de aviones se confunden sobre un fondo entre amarillo y azul claro. Ha sido un gran día. Después de despedirme de mi novia, vuelvo risueño a casa, pensando aún en el reciente recital. La última vez que hice una actuación en público fue en segundo de la ESO... Era el único chico del grupo de teatro, y eso abrumaba. Fue en ese taller, hace tantos años, donde conocí a Inés, mi mejor amiga. Hoy, su novio y yo hemos declamado juntos un poema, El día de la creación, de Vinicius de Moraes (los dos escribimos y no nos pusimos de acuerdo en qué poema propio recitar). Hemos sido los séptimos en salir a la tarima y, hasta ese momento, estuve con ciertos nervios. Ya en el escenario, las gafas quitadas para no ver a los espectadores, todo salió rodado. Tan contento estoy que, rememorando esos momentos, me sorprendo a mí mismo silbando por la calle. Hace tan bueno fuera a estas horas, en que el sol se ha escondido y empieza a refrescar... Me siento muy feliz. Claro está, sería ilusionante pasar a la semifinal del concurso, pero... Yo estoy muy satisfecho; si no ganamos para el jurado, habremos ganado buenos momentos. No sé qué ha sido lo mejor de todo: ¿sentirme seguro y saber que lo estamos haciendo bien? ¿Los parabienes y enhorabuenas del público? ¿La caña que nos tomamos mi padre, Belén y yo como primer encuentro entre ellos? Bueno... ¿para qué comparar? Desde luego, hoy ha sido un gran día. Un día para el recuerdo. ¿Sabéis por qué? Porque hoy es sábado y mañana domingo.


Cuantas canoras de musas voces

Cuantas canoras de musas voces,
que no de ruiseñores,
salían del arroyo,
me rodearon; y no caricias ni besos
me dieron, sino palabras y versos.


Cuantas pálidas ninfas el bosque esconde
bailando salieron a mi encuentro;
mas quedó una sola, desconsolada,
cantando sus penas a las aguas.


Cuantas cristalinas lágrimas
de sus ojos se resbalan
creando un mar van
de sueños rotos, de esperanzas vanas.


Cuantos más pasos hacia ella daba,
más su cuerpo se volatilizaba,
Y llegando adonde antes estaba
sólo quedó el recuerdo de una triste mirada.


¡Oh, musa intangible, no te escondas
en las del lago tranquilas ondas!
La única respuesta, que
solo y aturdido me dejó, fue
un olor a marchitas rosas.

Valladolid

Habían vuelto a discutir. Y, de nuevo, se había ido enfadado con ella. Cerró la puerta de un portazo y salió de su casa. A pesar de ser más de las ocho y de que el sol se había escondido ya entre los edificios, la luz diurna brillaba en las calles, reflejándose en todas las cosas. Los gorriones trinaban al tiempo que se perseguían por parejas: era la primavera. Después de que una furgoneta de cristales tintados casi lo atropellara cruzando el paso de cebra del túnel de Delicias, se sentó en la parada a la espera del bus. Cuando éste llegó, tomó asiento junto a la ventana y dejó vagar sus pensamientos mientras ante la luna grafiada con un anuncio cualquiera veía pasar el tenebroso túnel; el concurrido tráfico de Labradores; la quietud del Caño Argales, donde un par de niños bajaban a beber agua; los comercios del Duque de la Victoria… Cuando llegó al fin a la monumental plaza Mayor, había empezado a oscurecer y el fuego de las luces de sus edificios se encendía, marcando regularmente el rojo de las fachadas. Mucha gente pasaba en variadas direcciones por la antigua plaza del mercado; unos con bolsas de ropa, otros comiendo helado, algunos charlando sentados o en pie, niños pequeños persiguiendo palomas… Bajó del bus y tomó la ancha calle Ferrari por su centro, dejando a los lados las antiguas porticadas llenas de tiendas de todo tipo. Aún tuvo que esquivar a un par de voluntarios que le pedían su firma y colaboración hasta llegar a Fuente Dorada, donde se concentraba una manifestación. El ruido de silbatos y altavoces le chirriaba en los oídos, pero no les prestó atención.  Tampoco reparó en los bancos repletos de gente de toda clase y condición, en su mayoría ancianos. Su mirada no se detuvo en los omnipresentes soportales que rodean la fuente de brillos apagados en cuyo extremo superior gustan posarse las palomas; ni en las múltiples casas de variados colores que mantienen una unidad espacial por su mismo lenguaje en fachada, con sus balcones, huecos verticales, buhardillas… tampoco se fijó en las gafas enormes que en lugar de cristales tienen espejos, a la entrada de una óptica; ni en otros tantos comercios como bancos, tiendas de ropa, bingo… Los vidriosos reflejos de los chorros de agua de la fuente, que salen de la esfera superior (que aún rutilaba bajo la luz) y de los rostros tallados que representan las estaciones y que enmarcan las otras esculturas de un herrero, un botero, una aguadora y un soldado, hacía tiempo que se habían apagado, al igual que su murmullo acuático; únicamente el ruido de coches y autobuses, con sus soplidos de bestia que se levanta, sobresalía de las conversaciones, las risas, el llanto de recién nacidas criaturas, los pasos de algunos tacones… Sólo se sobresaltó cuando ese ruido cesó y ocupó su lugar el silencio asombrado de los transeúntes: el motor del autobús se había parado. Tras la sorpresa inicial, volvió la cabeza y siguió hacia delante, sin atender a los esfuerzos del conductor por reanimar el vehículo ni a los sorprendidos pasajeros.
Aunque, como digo, nuestro protagonista no observaba estos detalles que se pintaban a su alrededor, tampoco tenía en principio un rumbo fijo. Quería pasear hacia donde sus pasos lo guiasen, no pensar y dejar que su ánimo se enfriase, como hacía la temperatura conforme la luz se escondía y las sombras se tendían más.
Acabó al fin en la plaza de Cantarranas, donde la variedad edilicia se multiplicaba, al igual que la variedad de gente que allí acudía. Fachadas de todos los colores, tamaños, estilos. Se dedicó pues a recorrer los distintos bares que por la zona había, bebiendo para olvidar. Sentado en una terraza podía ver cómo los chicos charlaban, bebían de pie, en el suelo, veía cómo ellos iban a mear al callejón sin salida…
Cuando se cansó, se levantó y fue a despejarse y dar otro paseo. El centro estaba animado y por la calle Platerías subían y bajaban risas y pasos apresurados bajo los balcones centenarios. Anduvo por la helada quietud fantasmal de Teresa Gil, completamente muda, ausente del ajetreo diurno de paseantes y clientes de los negocios que suelen animar la calle.
A su llegada a la plaza España dieron las doce en el campanario de San Andrés. Apenas unos segundos después, las doce sonaban en el convento de Porta Coeli. A excepción del plañir de estas campanas y el correr de algún coche de camino al centro, nada rompía el silencio de la plaza. El contraste entre día y noche era mucho más notable en este espacio. El bullicio; el tráfico de viandantes y vehículos; los largos y atronadores autobuses;  el mercado matutino o la limpieza vespertina de los restos de éste con mangueras; la interminable vuelta al mundo de la fuente; las terrazas animadas; el olor a fruta, verdura, flores, vinagre, podredumbre… todo ello se había esfumado con el día. La bola, al igual que el mundo, se había parado. Lo único que entonces existía era un par de personas esperando sentados en sendos bancos y una fila de taxistas aburridos en sus coches blancos con banda horizontal morada y luz verde, anhelante. Igual de calmada estaba Manterías, donde apenas alguien caminaba solitario como él. Después de pararse a descansar en la pequeña fuente de moderna escultura, regresó por Duque de la Victoria, por donde sólo lo acompañó el ruido de un bus búho y algún taxi acelerado.

Siguió refrescándose en vino y cerveza toda la noche, sentado en una terraza de Cantarranas, hasta que creyó ver a su novia frente a él. Al tenerla tan cerca, corrió a abrazarla y a pedirle perdón por sus tonterías; no le gustaba estar enfadados. Ella, que había bajado al centro a buscarlo, le restó importancia al tema y, el brazo de él en sus hombros y el de ella en su cintura, recorrieron el camino de vuelta a casa.

Abril, aguas mil

"Marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso."

La brea parece recién lavada y sus bordes brillan bajo el recién salido sol como si aún tuvieran jabón. Una lámina de lluvia se extiende por la carretera; mi coche pasa por encima salpicando a todo su alrededor. Las aguas han tumbado a las plantas, han deslucido el color de sus primeras flores; al mismo tiempo, otras salen con más fuerza y viveza (es el tiempo de las rosas). El cielo ha optado por el gris, del que toma sus más diversos colores junto al azul claro. Parece niebla lo que ocupa las vistas en lugar de gotas cayendo. Dispares se desatan los chubascos. Varias capas de nubes de distintos tonos se superponen, en un lienzo nebuloso. Unas como espolvoreadas, otras más compactas, van creando una sedosa perspectiva celeste. El tiempo, indeciso, unas veces es fresco y otras cálido, a veces nublado otras soleado. Es el preludio del verano. Se me ha hecho corta la esperada primavera; empieza el calor, brotan los tulipanes y las margaritas... Pronto estaré libre de mis obligaciones académicas y podré viajar, volver a mi pueblo, pasear, leer mucho... Sí, queda apenas un mes para que llegue el estío y ya estoy en las nubes, deseando que lleguen las vacaciones. Un último esfuerzo y tendré unos meses sin preocupaciones.











Lugares

Hay lugares donde se manifiesta de manera muy expresiva el abandono, la soledad, la miseria. Rincones, esquinas, edificios ruinosos, árboles secos, locales vacíos, carteles olvidados... Allí donde el cambio de hora no llega. Uno de ellos es las casas viejas de mi pueblo. El olor a polvo cerrado es tan familiar como la casa que vio nacer a mis antepasados. Cuando todo parece querer caerse, derrumbarse, más bello y peligroso se presenta a mis ojos.
En esos rincones la ausencia se huele, se palpa. Pero también son sitios que inspiran. A veces, en estos remotos pozos de nostalgia aparecen pequeños brotes de vida o señales de su existencia: flores marchitas en un balcón, persianas entreabiertas.... Es en esos lugares donde siento un escalofrío. ¿Quién puede vivir ahí en esas condiciones? Tal vez su vida ha dejado de regarse, al igual que las plantas del balcón.