Preludio a una historia de amor

Tú y yo hemos vivido muchísimas aventuras

y experiencias;

muchos momentos buenos, algunos peores;

momentos de calma y de frenesí;

momentos de descubrimiento o

de reconocimiento;

momentos de música y de silencio;

de probar y experimentar.

Y sobre todo ello o,

al menos,

sobre una pequeña pero significativa muestra,

han versado y versan mis poesías.

Todo ello queda fielmente

plasmado en la tinta de estas páginas.

Sin embargo, es cruel recorrerlas

alejado de ti ya que,

como fuelle en la lumbre,

se avivan en mí los sentimientos que

arden en mi seno y

las ganas de abrazarte se vuelven inmensas.

Por suerte, la lectura reconforta también

recordando tiernos momentos,

tierno tacto,

tierna historia;

y más claro se entiende que

tú y yo estamos hechos

el uno para el otro, pues

tan bien encajamos.

Y rara es la ocasión en que los frutos

de la inspiración

aquí versados

no inspiren a su vez

nuevos versos.

Nuestra pareja ha crecido con estas metáforas

aquí reunidas.

Este libro, como nuestra propia relación,

se ha construido con las manos,

con estas manos mías que

te fascinan.

Con estos dedos he escrito sus escogidas palabras,

con estas palmas apreté su lomo para

encuadernar los sentimientos que ellas reflejan.

Con estas yemas, y con las tuyas,

se siguen las líneas de los textos.

Si por desgracia algún día

la inspiración me falta,

simplemente hojear este poemario me permite

recordar, sentir, revivir

esos sentimientos que desprende como

una flor fragorosa,

y consigue arrancar de mi pecho

las más bellas estrofas que mi mente compone.

Recorrer sus páginas evidencia

el paso del tiempo y, con él,

el cambio en mi poesía.

Al principio recitaba versos

más carnales, más sensuales,

así como nuestro amor se fundía siempre

en una llama perpetua.

Ahora se llenan de símbolos,

tal vez más profundos,

siempre ardientes de pasión sobre

las ascuas eternamente prendidas de nuestro amor.

¿Te imaginas cómo serán los versos futuros?

Yo no sé cómo han de ser, mas

estoy cierto que la llama que los inspira seguirá 

alumbrándonos y

calentándonos,

y serán los más bellos del mundo, pues nacen

de esta relación que los motiva y que es

la más perfecta y hermosa que puedo imaginar.

 


 




Allá donde existe la primavera eterna

Allá donde existe la primavera eterna,

no sólo el clima se agradece;

no importa la época del año, pues

siempre flores bonitas y distintas florecen.

Cuando el verano llega, los flamboyanes sacan

de sus exuberantes copas la belleza

de calmada cascada de seda;

rojo intenso sus pétalos, verde claro su follaje,

y siempre agradable la sombra a quien bajo ellos pasea.

Aves del paraíso despliegan sus raras crestas

y blancos alhelíes muestran sus molinillos.

Más adelante, el trompetero naranja se abre

y cualquier tapia es un cuadro de color intenso,

como el reflejo del más hermoso atardecer

sobre la tranquila superficie del océano;

o tal vez sean buganvillas quienes adornen

de viola los estrechos callejones.

Allá donde existe la primavera eterna,

del otoño a la primavera

pequeñas esferas rojas surgen de

las siempre curiosas tabaibas;

y, de la primavera al otoño,

de las fucsias los cálices delicados

penden tímidos, mirando al suelo.

Los exuberantes pétalos del floripondio se

desprenden con el último soplo autumnal; y

en llegando el invierno, nacen

las flores de Pascua que adornan las jardineras.

Aún relucen éstas cuando,

campanas rojas o amarillas oscilan de

las ramas de los aloes,

y de entre las negras ramas de las jacarandas

explotan en púrpura las copas, al tiempo que

cuelgan las castañuelas de sus frutos.

Allá donde existe la primavera eterna,

al llegar marzo salen disparados los

coloridos cohetes colorados de los tajinastes,

que se pelean por nacer más alto para, así,

ganar mejor el cielo.

Frutos de fuego adornan las palmeras en mayo,

a la par que los dragos se engalanan de ígneas perlas.

Anunciando el estío brotan de entre las sonoras hojas de

la falsa pimienta,

las bolas que aromatizarán los cócteles más

exquisitos; y,

de esta manera, el ciclo

de la naturaleza se repite año tras año.

Pero, además, ininterrumpidamente muestran

muchas otras tantas plantas hermosas

de sus ramas las hojas,

ya sean el pino, la araucaria,

las distintas especies de palmera o

el monteverde entero, que saca

de su condición perennifolia el nombre.

Allá donde la primavera eterna

alegra los ánimos,

la vida parece siempre bella,

y cualquiera quisiera pasarla en tan mágico lugar.

 

Monteverde

Floripondio (Brugmansia arborea)

Alhelí blanco (Plumeria alba)

Drago canario (Dracaena drago)

Palmera canaria (Phoenix canariensis)

Fucsia (género fuchsia)

Flor de pascua (Euphorbia pulcherrima)

Pino canario (Pinus canariensis)

Aloe vera
Aloe vera

Buganvilla (género Bougainvillea)


Ave del paraíso (Strelitzia reginae)

Trompetero naranja (Pyrostegia venusta)

Jacaranda (Jacaranda mimosifolia)

Tajinaste rojo (Echium wildpretii)







Flamboyán (Delonix regia)
 

Tabaiba dulce (Euphorbia balsamifera)

 

Los versos que te escribo

Los versos que te escribo,

cuando el corazón se me cuela entre los dedos

al pensar en ti, han cambiado junto

a nuestro amor.

En todos estos años

¿acaso no creció tu corazón?

¿Acaso no está lleno, como el mío,

desde que me conociste y, sin embargo,

más lleno parece cada día?

¿Acaso no está pleno, como nuestro día a día

juntos,

como nuestra antigua casa,

como nuestra futura casa,

como cualquier lugar donde tú y yo nos enlacemos en cariñoso abrazo?

¿Acaso no está con cada vivencia,

con cada momento juntos,

rebosante como

nuestra propia vida?

Así lo siento yo, y así

me ha visitado ahora el corazón para

recitarte,

cantarte,

susurrarte,

este poema.

Recuerdo inmarcesible

Hoy hace cinco años desde que te fuiste y nos dejaste llenos de pena y buenos recuerdos. ¿Son muchos o son pocos? Son muchos, pues todo ese tiempo hemos vivido sin ti; pero a la vez son pocos, pues la luz que has dejado atrás sigue inextinguible, y tu recuerdo inmarcesible. Esos recuerdos aún iluminan mi día a día, mis acciones y mi pensamiento, mi forma de expresarme tanto gestual como verbalmente, mi humor. Y, desde entonces, tu imagen no se ha quedado petrificada, como la de un viejo daguerrotipo enmarcado en polvo. No. Tu imagen es un vídeo que se reproduce perfectamente en mi mente, y el eco de tu voz no se ha perdido en mi memoria.

Pasan los años y la voz de tu recuerdo no se apaga; al contrario, en mi corazón sigues dando palmas y cantando canciones cada vez con una letra nueva. Y eso me reconforta. Saber que te tengo dentro de mí y que me acompañas en cada etapa, en cada momento de mi vida, me hace sentir la mar de bien.

El otro día te sentí muy cerca. Estaba solo en mi nueva casa arreglando mi bicicleta y casi podía oler el tres en uno con el que siempre engrasabas mi bici para ponerla a punto para el verano. Incluso podía verte sacando herramientas de su caja, sentado en ese viejo y sencillo taburete de madera, y eché en falta esa bomba de pie con la que siempre hinchábamos las ruedas. Ese ritual llegaba año tras año, cada agosto, y seguro que muchas veces no habría siquiera deshecho la maleta antes de hacerlo.
Nunca supe a quién de los dos hacía más ilusión ese momento, pero debía ir muy a la par.

Ese recuerdo que no se marchita que tengo de ti es con quien hablo a menudo y a quien escribo estas y otras líneas, consciente de que ya no me leerás nunca más. Y no se limita a evocaciones de las cosas que hiciste, que dijiste o que me han contado de ti; eso no es más que la epidermis de lo que me has legado. Más adentro, más profundo, se conservan las enseñanzas, los gestos, las expresiones, todas esas cosas que aprendí de ti o contigo y que me han hecho como hoy soy. Bajo esa piel están tanto tus enseñanzas sobre montar en bici como de vida y comportamiento; tanto chistes como esa forma extraña de coger la cuchara que a veces me sale; tanto tomar todo lo que venga con humor y buena cara como echar para adelante y no tener miedo. Incluso algo tuviste que ver en mi afición por las boinas.

En conclusión, te echo mucho de menos y sigo faltando a mi palabra de no llorar al pensar en ti; pero, a cambio, te llevo siempre conmigo y, en mi corazón, aún sigues muy vivo y dando guerra, como siempre.