Versos sin concierto...

Investigando entre mis notas ha aparecido un poema casi completo que he terminado de coser más de dos años después.

Pensaba yo
en cómo debía escribir.
Tal vez
mi interés por la naturaleza me
hizo olvidar el contenido.
Escribía mucho, pero me faltaba algo.
Recordaba de Juan Ramón Jiménez
el poema
en que analizaba su poesía;
su poesía vestida de ricos ropajes que
acabó desnuda.
Cuando cambiaba
mi forma de escribir,
no necesitaba reflexión, salía solo.
Entonces me empapaba de cuanto leía.
Ahora...

Me gusta escribir.
La lectura me inspiraba antes;
ahora las musas se esconden en
cualquier cosa,
por pequeña que sea.
Las sensaciones,
los momentos eran muy importantes,
y apenas cambiaba comas
cuando revisaba lo escrito por inspiración.
¡Como aquellos locos románticos!
Ahora he retomado el verso
para obligarme a sintetizar, pues

en la sencillez reside la elegancia.

Y, al final, lo conseguí. He sacado lo mejor de lo que escribía antes y lo he renovado, lo he ampliado, le he dejado volar sin ambages ni obstáculos, libre y fluido, sobre todo gracias al verso. Esos versos sin concierto ni orden.

Cualquier día es hoy

Camino solo bajo la profunda cúpula celeste;
todo silencio a
mi alrededor. Las luces nocturnas quedan
reflejadas en el asfalto húmedo de lluvia.
Camino por enormes avenidas de
aceras estrechas, donde
apenas algún coche pasa
apresurado;
apenas un barrendero recoge los
cabellos sueltos por el otoño.
Camino sobre las calles empedradas, entre
birretes caídos por los suelos,
nuevamente en esta ciudad infinita cuyo
único límite es el mar.
Dejo a mi lado los edificios
que me rodearon día tras día;
con melancolía, igual que
la hoja seca que queda sola
entre las desnudas ramas.
Y pienso.
¿Cuántos semáforos se me han cerrado
cuando más corría,
cuando más seguro estaba de
llegar?
¿Cuántos ventanales se me abrieron
cuando pequeñas puertas se me cerraron?
Cruzo la calle inmensa
y pienso: son perfectas mis
imperfecciones. Sin embargo,
he sanado mis heridas en versos desordenados,
he cambiado la cerradura a mi corazón,
he dejado de lado cuanto me coartaba y
me he enfrentado a mis planes y aspiraciones.
Apenas llego al portal que me acogió
los diez mejores meses de mi vida,
lo veo claro. Abro la puerta y murmuro:

Cualquier día es hoy.

El mejor abuelo del mundo (1128)

Mi abuelo ha muerto.
Un maremoto anida en mi pecho. Caprichosamente me lanza su oleaje, que sube y sube, oprimiendo mis pulmones, anegándolos, y mi cara se tensa como un velamen al viento; entonces sale a flote mi rostro más profundo y oculto tras horas y horas de velatorio, familiares y pésames. Y en verdad que pesa este dolor. Las olas me invaden arrítmicas y se desbordan por mi cara.

¿Cómo se puede llorar con una gran sonrisa?
Sabiendo que he tenido el mejor abuelo del mundo.


Por mi cabeza pasan miles

de imágenes.
El ruido acelerado de sus pulmones llenándose
en el hospital, que
llenaba también mis cuencas;
el féretro abierto;
los "horario de celebraciones".
¿Celebraciones? Iros a tomar por culo.

Lo siento, abuelo. Dijiste que no lo hiciera pero

cierro fuerte los ojos y
no reprimo mis lágrimas.
Tiempo hace que empecé estas
palabras,
pues tiempo hace desde que soñaba
con este día
funesto.
Instante temido
en sueños y hospitales.
Estos versos durante tantos pesimistas
días escritos
(ojalá duraran por siempre)
acaban contigo.
Si la muerte fue un tema que te
persiguió en vida,
mira que a mí la tuya
también.


Aunque esté escribiendo esto, no te preocupes. Cuando pueda me pongo a trabajar y verás como seré un tío cojonudo, como tú querías.

Por fin he tenido un tiempo de reflexión conmigo mismo. Todavía me cuesta hablar de ti en pasado, pero te he llegado a ver como un grato recuerdo. Pienso mucho en ti, pero no ya con pena sino con alegría, pues son todo recuerdos felices, joviales, animados como tú eres (perdón, eras). Me he reconciliado con tu ausencia, la angustia ha desaparecido. Y te echo mucho de menos. Jamás te olvidaré.

Cáceres

Varios meses después, y varios viajes añadidos a mi mochila, sigo pensando en éste y en los versos que inspiró.

Bajo las tranquilas sombras nocturnas
de una terraza
se alcanzaban a oír los tambores
de una lejana procesión.
La piedad de Cristo representada.
Otro ruido traquetea de fondo:
maletas.
Maletas de todos los
tamaños y colores.
Maletas que vienen,
maletas que se van.
Las nuestras se unirán pronto a ellas.
Negras figuras suben y bajan
por las calles empedradas.
Cáceres,
ciudad sin catedral,
ciudad fortificada por
culturas diversas y lejanas.
Con murallas rojizas,
robustas torres.

Tierra de conquistadores,
tierra de cabrones.
Tierra de gallardos, valerosos,
osados, intrépidos;
tierra de desesperados, de bandidos,
de ladrones y de luchadores.
Cáceres.
Tierra que tan bellos nombres ha legado,
tu guerrera figura ha quedado por siempre
grabada en la historia y
en mi pecho.




Plaza mayor de Plasencia.










Trujillo.