Fuegos artificiales

¿Qué de mágico tienen
los fuegos de artificio?
De los más simples de un pueblo
a los más complejos de la capital,

todos tienen algo que fascina.
Su naranja estela trata en vano de
ocultarse en la noche,
estallando en mil bolas
de mágicos colores, como las del árbol
de Navidad.
Con un golpe estruendoso,
o chispeante,
o un silbido,
o la artillería de un ejército,
explotan en la negrura
del cielo,
dejando sus telarañas de humo.

¡Rayos y truenos!
¡Cenizas y centellas!
Sus brillantes puntos de color
buscan el infinito
en todas direcciones,
mas siempre se apaga su luz antes.
Los niños miran su ascenso
boquiabiertos. En sus pupilas
brilla el reflejo de
las estrellas fugaces.
¿Qué color saldrá?
¿Qué forma tendrán?
¿Prenderán los secos campos
de alrededor?
Y como los grandes conciertos,

este ejercicio festivo, parabólico,
pirotécnico,
debe acabar con
rotundidad, con fuerza.
¡Felices fiestas!
¡Pum!




San Fermín 2016

El paisaje en Navarra nada tiene de abrupto. Conviven los campos de trigo y las ondulantes montañas verdes. Los granos dorados al sol y las cimas cubiertas de nubes. Los pueblos se recogen junto a campanarios de piedra. La explosión de verde y naturaleza abarca todos los puntos cardinales.

Ha sido emocionante internarme en la capital del antiguo reino de Navarra, con tanta historia, identidad y riqueza. Aunque por desgracia no he podido visitar expresamente la ciudad, sí nos hemos perdido por entre sus calles (literalmente). Sinuosas rúas laberínticas, escudos señoriales, plazas monumentales... Y mucha fiesta. Desde luego, lo menos destacable para mí han sido los encierros. Dos horas esperando bajo frío y llovizna para medio minuto de espectáculo. Un espectáculo que se ve mejor en las fiestas de cualquier pueblo, dando vueltas continuamente los toros, y que además no me gusta. Por lo demás, ¿cómo olvidar esas experiencias como el baño en el río junto al hotel (donde casi morimos por mordedura de serpientes), el baile (el mayor pogo que he vivido, bestial), los problemas para encontrar alojamiento (con llamada a la policía incluida)..? Seguramente repetiremos.
Qué bella imagen la de las aspas de molinos eléctricos confundiéndose, en lo alto de las montañas, con el blanco de las nubes. Parecen un ligero nexo que une el cielo y la tierra, aunque frágil: en cualquier podrían sus palas elevarlos y salir volando.
Conforme el tren se acerca a Castilla, la línea de montañas se pierde en el horizonte y gana terreno el oro de las espigas. Lo peor del viaje propiamente dicho es no poder traspasar horarios y vidrios para descubrir lo que los ojos contemplan.
Los peines de paja rastrillan el campo.
Lenguas de cristal serpentean entre las altas ramas.
Relucen las férreas lenguas bajo el sol.
Listones pétreos se suceden a ritmo constante.
A veces aparece, entre árboles y caseríos, un ganado pastando.

De vuelta a casa, y con otro viaje en mente, se avecina un verano muy intercultural, incluso internacional, que empieza fuerte.
Hacía tiempo que no sentía el continuo repiqueteo de un tren sobre las vías. Mi mirada se pierde en la veloz sucesión de grava y listones bajo parabólicas catenarias. Viajar. Esto es como cumplir una parte de mis sueños, pues siempre he querido y quiero... viajar.








Canal

Hemos vuelto.
Después de tanta espera,
tanto aplazamiento, tanta impaciencia,
los patios seguían derruidos,
las flores marchitas.
La vegetación era salvaje, descontrolada;
difícil fue atravesarla.
Las lágrimas del cielo caían
sobre nosotros. 

Se olía aún el suave
aroma de la recién caída lluvia.
Era la primera tormenta del verano.

Cabellos mojados, desordenados;

pasiones encontradas.
Entre toda la maleza,
unas pocas rosas sobresalían;
y la más fresca, tierna y bella
te ofrecí.
En un apartado rincón,
junto a las plácidas aguas de un canal,
grabada dejamos una pizarra.
Las dos ambas manos
sujeta a la piedra tenían
y, finalmente, uno, dos y...tres
desde el puente la lanzaron.

- Jamás abrí tanto mi corazón.
- No, yo tampoco.


Éste es el apartado rincón
al que llamamos nuestro.
Dos veces hemos vuelto
al largo canal;
la primera, un día
antes, nos refugiamos en
un cobijado lugar:
sentados a la sombra de 
las hojas de
un triste sauce, unidos
en un gran abrazo que
duró una eternidad.
¡Se me hizo tan corto!
El agua fresca a nuestros pies,
el sol en ella reflejado,
tus labios, el silencio,
la paz.
Volveremos, estoy seguro,
junto al metal de la esclusa a
derrochar juntos nuestro
amor.














Es de noche y conduzco sin prisa. El aire fresco que traspaso con mi coche se cuela por la ventanilla, enredándose en invisibles torbellinos por mi pelo. Estoy solo, nadie más maneja los volantes de otros coches por las calles, salvo esos inconscientes que presumen de exceso de velocidad (seguro que no tanto de las multas que les habrán impuesto). Cuando estoy rodeado por otros coches, surge inconscientemente una relación de grupo o manada entre su velocidad y mi pie, que aprieta el acelerador para ponerse a la altura de los demás. Ahora, sin embargo, nada me estorba ni incomoda. La luz y las sombras de las farolas crean un ambiente artificial pero encantador junto al rojo y el verde de los semáforos. Tan cierta es mi falta de prisa que incluso paro en semáforos en que jamás había parado pisando más el pedal. En medio de esta quietud que contemplo en movimiento y con los sonidos del piano en la radio y el aire, todo es calma y tranquilidad; no tengo más que mecer suavemente el volante.

¿No es perfecto estar al fin de vacaciones y no tener horarios ni citas?

Sonata para piano n 59 - Haydn



Helado oscuro del verano

No, no hablo de chocolate
(dulce, pegajoso, caliente).
El año entero esperando
la llegada del verano
para este sufrimiento.
Mi reino por algo de aire fresco.
Ya decía hace poco que
mi coche es el perfecto
conductor térmico;
y así es.
Me ahogo sin aire acondicionado,
sueño con ventiladores,
ansío agua refrescante.
Es en estas calurosas fechas
cuando más se necesita y
se echa en falta a los árboles.
En estos tiempos que no corren,
sino vuelan,
cualquier sombra es buena.
Una vez sola sufrí
sensación tan angustiante
y fue metido en una sauna.
Bañistas en el telediario,
modelos de anuncio dándose un baño,
calles Vegafría, Aguado,
Campofrío, jardines botánicos,
todos se ríen de mí.

Parasoles hundidos, inútiles,
sombrillas, gafas

de sol, hielos, congeladores...
Los ancianos buscan la sombra,
los niños juegan en la fuente.
La sombra cotiza en bolsa;

quede el sol para la piscina, la playa...
¡Quién pudiera darse un chapuzón!

La ciudad se levantó abrumada

La ciudad se levantó abrumada
entre rayos solares y gases.
Paseando fuimos testigos
de la luz tomando las calles.
Inquietos cruzaban los conejos

el camino.
Sólo oíamos el paso del viento,
la arena bajo nuestros pasos,

el callado murmullo
de espigas y árboles.
El sol llegaba tanto a la
lejana meseta,
allende la ciudad;
como a tus ojos, ocultos
por tus gafas.

A la aventura nos lanzamos
al ignoto cerro urbano;
recorrimos todos los caminos
guiándonos con el plano.
Preciosas vistas,
mejor compañía.
Sí, costó llegar a lo alto
de la cumbre;
pero una vez llegados,
¡Qué descanso!
Me apoyé en tu regazo,
cielo, sol, tu pelo y tu sonrisa.
¿Qué más puedo yo querer que
el azul, los rayos, el negro, tú?
De tus esferas el rocío salado
de las flores no derrames;

por mucha distancia que nos separe
siempre estaré a tu lado.



















Desorden

Muchas veces
lo que parece desorden
es lo más ordenado.
¿Qué voy a decir yo
que de tan desordenado
soy un desastre?
Mil y una veces
he contado, y no más
(por pereza, claro),
que he intentado organizarme
mejor. Todas fallidas.
¿Qué otra cosa puedo
hacer sino tomármelo
con humor?
Reír cuando olvido
cualquier cosa;
Pensar "no tengo
remedio" en cada

olvido, cada descuido.
Sí, lo reconozco,
soy un desastre.
¿Y qué?

Hace tiempo que tus labios

Hace tiempo que tus labios
besaron los míos.
Hace tiempo que los míos
quedaron parados en un largo beso,
encerrando tu nariz.
Hace tiempo que tus ojos se cerraron.
Tu respiración cambió en un instante,
se hizo más pautada, cálida.
Tu abrazo se hizo más profundo.
La luz matutina roza tus esféricas mejillas
y se refleja en tu cabello.
Aún recuerdo tu aliento
en mi oído;
tu saliva
en mi cuello;
el brillo de tu mirada
en mis ojos;

tus manos
acariciando mi cuerpo;
tu pelo
cosquilleándome;
tu risa
en mi cara.
A veces,
cuando duermes,
encoges una mano,
una pierna, la cabeza,
y tus párpados de papiro se arrugan.
¿Qué soñarás?
¿Me atreveré a besar
tu boca de rubí?
Aunque no quiero despertarte,
paseo mi dedo por tu
dorada piel de oliva. 

Pasaría horas mirándote,
vigilándote dormir,
escribiéndote,
si no fuera porque de verte,
del calor que tu cuerpo desprende,
acabo dormiéndome yo también.
¡Es tan fina la línea
entre el sueño y la vigilia!
Y qué plácido tu gesto soñador.




El caño

Era una calurosa tarde de verano. Los niños desafiaban a los rayos solares jugando a la pelota en plena plaza; mientras, sus padres descansaban a la sombra en las terrazas de un bar. Había vuelto a encajar el balón. Desde luego, el fútbol no era lo suyo; él prefería enfrascarse en la lectura de libros que lo transportaban a lejanos y desconocidos lugares. Mientras un chico iba a su casa a buscar el balón extraviado, él se sentó en el círculo del rollo que presidía la plaza y esperó. Apoyó la cabeza en una mano, el brazo en la rodilla, y se puso a ojear su alrededor. Aunque le costaba alejarse de la ciudad y sus amigos, el pueblo tenía algo de encantador que lo atraía. Como esa fuente que tenía enfrente, cobijada por un pórtico de madera y tejas sujeto por dos gruesas columnas de piedra. Para llegar al surtidor había que bajar unos escalones y agacharse a beber el agua fresca. ¿De dónde vendría el agua? Desde luego, al que se le ocurrió cubrir el bebedero tuvo una gran idea. Hacía tanto calor… tanto que ni las moscas se movían, por más que él agitara la cabeza. Sí, en días tan agobiantes estaba bien tener esa fuente en la plaza. Curioso, como si no la hubiera visto antes, se levantó y se acercó. El agua salía constantemente de la pared de piedra e iba a caer a una pila donde se estancaba y tomaba color verduzco. ¿Qué tenía el manantial que tanto le picaba la curiosidad? Tenía cierto misterio, bajo la sombra del pórtico. Su abuelo, que siempre le contaba historias antiguas, le contó una vez que hacía cientos de años vivió un rey en el pueblo. Al parecer, quiso la suerte que, durante un viaje de guerra al sur, al monarca le entró sed de ver el río que estaba cruzando por el puente romano. Las provisiones se habían acabado, y fueron a una ermita cercana. El ermitaño, que les abrió la puerta con los ojos entornados como si le molestase la luz exterior, condujo al rey y a su séquito a un caño cercano donde saciaron su sed. Ellos se lo agradecieron, y al soberano le gustó el lugar, con las montañas y el río, por lo que decidió acampar allí para marchar al día siguiente. Al poco tiempo, volvía el rey triste y abatido, pues había sido dura lucha contra los moros; paró de nuevo en ese lugar y, tras beber del agua del caño, se recuperó repentinamente de su apatía y desánimo. Maravillados sus súbditos, concluyeron fundar un pueblo alrededor del manantial. Asentado el monarca, muchos fueron los que allí acudieron, con lo que el pueblo creció y prosperó. El rey se hizo un palacio, arregló la fuente y acabó sus días en tan tranquilo lugar. Al parecer, el encanto que vio seguía vivo. Después de recordar la leyenda, el chico bajó los escalones, se arrodilló y se apoyó con las dos manos en la pila. Un escalofrío recorrió su cuerpo con el contacto del granito. Largo rato estuvo mirando la superficie del agua, como esperando a que saliera algo del fondo de la pila. Tanto estuvo junto al murmullo del agua que se hizo de noche y no lo notó hasta que una ráfaga de viento lo desperezó. Debía ser muy tarde pues no había nadie por allí. De súbito lo sorprendió un borboteo que parecía salir de lo más profundo del agua; se levantó lentamente sin apartar la vista de las burbujas, hasta que de entre ellas salió una lengua bífida, alargada y roja que siseaba. El chico se asustó, pero no alcanzó a moverse mientras salía la enorme cabeza de una serpiente cuyos separados ojos amarillentos lo observaban como si fuera una liebre. Lentamente, zumbido a zumbido, fue sacando su larguísimo cuello escamoso mientras abría voraz la boca, dejando ver unos afiladísimos colmillos albos y de la que salió un bufido que le heló la sangre. Empezó a retroceder torpemente, sin poder dejar de mirar las estrechas pupilas del monstruo, tropezándose con los escalones. La lengua viperina se acercaba más y más a él, vibrante, mientras las mandíbulas se separaban entre sí. Cuando a punto estaba de atraparlo, un brillo metálico apareció tras él y una lanza se abatió sobre la bestia. Había aparecido un caballero, con pesada armadura, cota de malla y corona, en cuyo escudo rojo se dibujaba un castillo dorado, que empezó a luchar contra la serpiente. El chico seguía la liza sentado en el último escalón, paralizado de terror como estaba; el impetuoso caballero, que más parecía un rey que un guerrero, se afanaba en acertar con su pica en la garganta del áspid, quien esquivaba rápido sus golpes con certeros movimientos de su cuello. Cuando el ofidio se abalanzó sobre su rival, el rey jugó su suerte a una carta y lanzó la pica a su boca, con afortunada puntería. El metal traspasó su carne y quedó un rato inmóvil en el aire, con un aspecto amedrentador, hasta que empezó a caer lentamente. La mala suerte quiso que adonde caía fuera sobre el asustado muchacho, que seguía sin poder moverse. La cabeza descomunal se precipitaba cada vez más rápido sobre él cuando…
Se despertó, sobresaltado, con los gritos de sus amigos. “¡Ya tenemos el balón!” decían. Abrió los pesados ojos y vio los lunares de su antebrazo, sobre el que tenía apoyada la cabeza. Su cálida saliva caía lentamente de su boca al agua. Sí, seguía en la piedra de la fuente. Al parecer, todo había sido un sueño. Tal vez los libros le despertaban demasiado la imaginación.


Plaza de doña Sancha, Covarrubias (Burgos)

Bestias ronroneantes

Bestias ronroneantes,
deambulante sirena estridente,
cambiantes de colores luces,
alargadas sombras de los paseantes...
La noche en la ciudad toma
mágica aurora.
Bajo el elevado brillo de
altas farolas
se escucha apenas el murmullo
de conversaciones lejanas,
música emitida desde rápidos coches...
silencio.
La vuelta a casa a altas horas
de la madrugada se hace extraña.
De no ser por estos puntuales indicios
se diría que la vida se ausenta
y la soledad se acrecienta.
Luces fijas, luces que se mueven.
Las melancólicas calles
oyen mis pasos solitarios.
Pronto la bestia urbana
alzará su pecho de llamas con el día,
volverán los ruidos, los gritos,
el calor, las prisas.
¿Brillará el sol o habrá frescor?
¿Se levantarán antes las fábricas
o el sol?
Sea como sea, yo
no estaré despierto para verlo.
Buenas noches.







Inés

         Jamás olvidaré el acogedor desorden de esa casa. El largo pasillo con olor a comida, en que hay que esquivar el tenderete lleno de ropas de una numerosa familia, para llegar al salón, pasando por la avenida de la Segunda República. En éste, libros, discos, dibujos, objetos de todo tipo a punto de precipitarse sobre nosotros forman un insaciable agujero negro que todo lo engulle y todo lo pierde. El orden no está permitido en esa casa; el egoísmo, tampoco. Prácticamente desde el primer y trágico, aunque cómico (me reservo la anécdota) momento en que conocí a su familia, fui tratado como uno más.
         Qué decir de ese irreemplazable humor absurdo, a veces cruel, que practicamos desde que nos conocimos, en el grupo Farándula de teatro del instituto, en primero de secundaria. Siempre me ha encantado tu bondad sincera (aunque a veces bien que la disimulas...) y tu no hipocresía ni dobles intenciones. Y admiro tu fuerza y valor ante las adversidades (qué temperamento, cualquiera te dice nada)
        Cuántas horas no habré pasado en ese portal, esperando el trote de mi amiga precipitándose escaleras abajo o de tertulia,  con ese portero automático que no abre la puerta, contándonos nuestras vidas sentados en las escaleras mientras un anciano vecino gruñón nos echaba diciendo que el portal no es para estar de cháchara. Esas comidas con todos a la mesa chupando con fruición el pollo salido de la fuente familiar (hablando de comidas, ¡qué comilonas! y ¡qué bollería sales de las manos de esta mujer!) Esos paseos a ninguna parte por el parque de enfrente de nuestras casas, tardes enteras entre árboles y columpios, bañándonos en el río, pedaleando hasta lejanos lugares, en busca de aventuras. Esos paseos matutinos camino al instituto o de vuelta a casa (o esa tienda de animales donde siempre tenías que parar a ver los conejos y los periquitos). Las primeras y las últimas fiestas, mejores o peores; películas en el cine, en casa; tardes enteras poniendo al día nuestras cosas...
           Gratos son todos estos recuerdos, y otros tantos que no sé expresar en estas líneas; y ahora que llega el verano, paradójicamente nos veremos menos si cabe que durante el curso (se te echa de menos desde que abandoné nuestro instituto y la casa donde vivía). Pero la fuerza de nuestra amistad puede con esto y con más; simplemente, cuanto más tiempo tardemos en vernos, más cosas tendremos que contarnos en nuestro reencuentro.
          Algunas historias se pueden contar; otras, quedan para nosotros. Desde el final de la infancia hasta el inicio de la edad adulta (y lo que nos queda, que esto va para largo), pasando por esa adolescencia que tan vergonzosa parece a veces a nuestros ojos. Aunque los estudios nos impidan vernos tan asiduamente, ya lo sabes, siempre estaré al otro lado del teléfono cuando me necesites. Pero no dejes de traer bizcochos. Por algo eres la amiga más antigua que conservo. Por algo eres mi mejor amiga.

Aquí unas fotos con tutti i tipi di capelli.







San Juan

Lentamente la llama consume
la blanca pasión de cera.
Suave es el olor a vainilla,
símbolo es la vela.

Lentamente la llama enciende
la pasión, el gozo, el amor.
Pirómanos, juntamos nuestros labios
alimentando el calor.
¡Cuidado! ¡Cuidado!
Con el fuego no se juega,
porque podría arder el juego.
Disfrutemos de las caprichosas ondas
flamígeras,
pero a distancia, con cautela.
Y cuando las brasas desciendan,
presurosos saltaremos cualquier hoguera
que la fascinación por su magia
no se convierta en combustible descuido.
Ssh... ¿escuchas el crepitar de la madera?
¿Ves las parábolas de las pavesas?
Las chispas saltan como bengalas.
Las cegadoras olas en vano intentan
ascender al cielo junto al humo.
Grave el desértico viento consume
el caldeado mar,
que lentamente pierde altura.
Sólo brasas quedan ya.
En este San Juan de grana,
yo ya he pedido mi deseo.
A las brasas lo he lanzado,
no para cumplirse sino mantenerse,
y más depende de ti que de los astros.
Este año, mi sueño es
la felicidad.