Navegando en la noche

Me he despertado como en un barco
navegando solo en la noche.
Traspasando hielo e icebergs bajo la helada bóveda celeste.
Las estrellas
parecían más lejanas que nunca
y todo estaba calmo y en un profundo silencio.
La inmensidad del océano hacía ridícula a la nave.
Tan sólo la estela que marcaba un surco de
olas burbujeantes
evidenciaba el movimiento.
Me he despertado con varios nudos marineros
en el cuello y el corazón,
que los oprimían y machucaban.
No había en el cielo Luna para rielar en la mar
ni para iluminar mi cara somnolienta.
¿Por qué esta melancolía?
¿A qué esta desazón?
Tal vez me faltan unos brazos que me acojan
y me inunden en su calor.
Si sintiera su pecho contra el mío y
su piel tocara la mía,
entonces sí,
entonces dormiría tranquilo y dichoso,
y mi corazón se libraría de este nudo para expandirse
como una vela viento en popa.
Este barco cuya derrota desconozco
sería más acogedor con ella, y no importaría
si nos dejara en lugares recónditos
o sencillamente flotase por siempre entre estas gélidas latitudes.
Sólo puedo esperar hasta que vuelva a sumergirme en su calidez
y consolarme sabiendo que
esos brazos también desean los míos
y que, aunque lejos,
su corazón palpita al mismo compás que el mío. 
 

Cuando estamos juntos

Cuando estamos juntos, pocas cosas necesitamos:
dos copas de vino,
o nuestras lenguas solamente;
música en la bocina,
o el murmullo de nuestras conversaciones;
el calor nos lo damos nosotros;
el lugar nos es igual,
pero siempre buscamos nuevos horizontes,
acogedores,
emocionantes.
Cada casa que ocupamos la llenamos de alegría;
cada rincón, de sonrisas;
cada cocina, de ricos guisos.
Y si nos faltan los brazos del otro,
los besos, las caricias,
si no podemos cubrirnos con el cálido manto de nuestros pechos
y nos falta el otro porque nos sobra distancia, sufrimos;
pero igual capeamos la tormenta y
acercamos la mayor de las distancias:
el tiempo.
Hoy el tiempo tiene una fecha muy especial,
cinco años desde que nos conocimos.
Nos espera una larga vida juntos, cinco no es más que el principio.
Brindemos por ella.
Te quiero, Belén.

Rufino

Hoy son dos años desde que te fuiste. A veces te pienso en mis noches de insomnio. Un día, me desperté de nuevo pensando en ti. Soñé por segunda ocasión que volvías a morirte, pues la vez verdadera no lo hiciste, sino que escapaste del hospital y estuviste viviendo en Francia dos años para luego volver de sorpresa. Y no me sorprendió nada en el sueño. Pero aunque a veces me den bruscos ataques de nostalgia y te recuerde con lágrimas en los ojos, te tengo presente día a día.

Mi abuelo era, fue, un gran
viajero, 
soñador, 
emprendedor, 
vividor, 
correndón (en palabras de mi abuela). 
Sin duda, una de las personas que más me ha influido en la vida. 
También era un hombre todo terreno. 
Hasta donde yo sé llegó a ser fabricante de maquinaria agrícola (aventadoras), comercial por toda España vendiendo esa maquinaria en moto, instalador de antenas, técnico de televisores, fontanero, ayudante de albañilería, vendedor de electrodomésticos y vendedor de muebles, pintor, aparte de otras mil y una chapuzas que debieron surgirle. 
También fue pseudo escritor, 
músico, 
cartógrafo (medía las dimensiones de algunas plazas con sus pasos),
humorista (aunque había que entender su gracia)...
Un hombre que no dejaba indiferente a nadie.

Te llevo conmigo y te pienso mucho más que cuando estabas vivo, pero no por ello puedo decir que no aprovechara los momentos contigo, pues ya te encargabas tú de hacerlos intensos, de sacar siempre una sonrisa o contar cualquier historia.

Para mí siempre has sido una gran fuente de inspiración. En ocasiones me gusta imaginar cómo encararías una situación o un problema, qué pensarías de cierto tema, y llevar conmigo tu voz y tu opinión, que pueden ser distintas de las mías, me ayuda a veces a ver las cosas con otros ojos.

Te he echado y te echo tanto de menos que me cuesta creer que te fueras hace tan solo dos años.
Echo de menos
las collejas antes de comer,
las partidas de brisca con la abuela, o de tute con mi padre y mi tío, 
las reuniones familiares, cuando bebías un poco más de la cuenta,
tus continuas anécdotas,
tus cantares que cada día tenían una letra distinta.
Nunca olvidaré mis primeros paseos en bicicleta contigo
(engrasarla era lo primero al llegar al pueblo),
las visitas a la casa vieja y la bodega,

tu alegría prácticamente constante, 
tu fuerza de voluntad, 
tus ganas de vivir (no aceptar tu edad y seguir subiéndote a escaleras, por ejemplo),
las tonterías que decías de cualquier tema, relativizando todo,
las miles de historias que contabas continuamente sobre tu larga vida...
Y tantas otras cosas.

A veces pienso que algún día me costará cada vez más acordarme de todos estos detalles que aún conservo en mi memoria, y me revuelvo en mi interior. No, no quiero, no quiero perder todos esos bellos recuerdos, no quiero perderte. Pero lo más probable es que así acabe ocurriendo. Sólo espero llevarte conmigo siempre. Jamás te olvidaré. 
Sé que no estás en ninguna parte, ya sea entre las estrellas, en el limbo ni recibiendo azotes en las entrañas de la tierra. Donde tengo claro que estás es en mi corazón y en mi pensamiento siempre, y allí te llevaré toda mi vida. Te quiero, abuelo.