Te quiero, Rufino

El tiempo transcurre tranquilo,
los días pasan, los meses, los años,
la vida sigue su camino cargada de experiencias,
hasta que, de pronto,
paro un instante y me doy cuenta de que
llevamos cuatro largos años sin ti.

Y todo este tiempo no he dejado de echarte de menos.

Y todo este tiempo no has dejado de inspirarme.

Me inspira tu vitalidad, hasta el punto que
seguías con vigor hasta casi el fin
de tus días.
Eras pura energía, puro nervio.

Me inspiran tus ansias de vivir y de conocer,
leyendo y queriendo aprender cosas nuevas cada día,
incluso cuando la edad te lo empezaba a impedir;
daba igual, tu voluntad no se achicaba por eso.
Eras vida, eras luz,
eras alegría, jovialidad.

Me inspira tu originalidad,
el hacer las cosas por tu cuenta,
con esa personalidad tan fuerte,
arrolladora incluso.

Me inspira la pasión que ponías en tus aficiones;
cada cosa que hacías la hacías
con amor y con cariño.
Cuando te subías a la escalera para cambiar las bombillas;
cuando pintabas las ventanas;
cuando te subías al sobrado de la casa vieja, casi en ruinas;
incluso cuando discutías con tus hijos;
todo era porque estabas convencido de que,
haciéndolo,
ayudabas a los demás;
estabas convencido de que tus ideas, algo estrafalarias a veces,
eran lo mejor.
Eras, como Sebastiana, una persona de todo dar,
a manos llenas.
Cómo aguantabas noche tras noche de insomnio con la abuela,
pero jamás te cambiabas de cama,
es una gran demostración de amor y ternura.

Sé que estabas orgulloso de mí y,
sobre todo,
de que lo seguirías estando.
Y yo sin duda lo estoy mucho de ti.
Tanto tiempo desde que te fuiste,
tantas cosas que han pasado,
y la luz que dejaste no se apaga y
me sigue inspirando con fuerza.
Y aún me vienen lágrimas a los ojos cuando
pienso en ti y
en que ya no estás.
No pido más que ser tan buen padre y
tan buen abuelo
que como tú lo fuiste.
Te quiero, Rufino.