Plutocracia

Desde la Revolución Francesa, el mando del poder y la forma de ejercerlo han variado poco para los que lo conservan; ha mejorado. Antes de ésta, el poder lo tenía la nobleza, que despreciaba incluso a la burguesía porque su riqueza provenía del trabajo. Los nobles preferían salir de cacería y disfrutar de las fiestas de la corte; eso los que se lo podían permitir, claro está; los que no sólo podían aparentar riqueza y pregonar su título. Cuando la burguesía triunfó, el poder se repartió más equitativamente (entre todos los ricos, quiero decir).

Lo más evolucionado de nuestra cultura no es la tecnología, la comunicación ni la técnica sino el refinamiento de la urdimbre del poder, los hilos finos y transparentes de quienes nos controlan, que saben jugar con nuestros sueños y aspiraciones para moldear su mensaje.
Todos sabemos que vivimos en una sociedad de consumo, pero muchos creen que puede haber igualdad y capitalismo. ¿Existe igualdad social sin igualdad económica? Poniendo un ejemplo sencillo, cuando alguien quiere comprar un producto debe elegir entre uno más caro y otro más barato (con posibles intermedios) en base a sus posibilidades económicas. ¿Existe igualdad cuando los puntos de partida son tan diversos? Si un corredor nace al lado de la meta y otro mucho más atrás, el último deberá correr mucho para poder alcanzar al primero. Así sucede con las condiciones de vida y la predeterminación social.

Se podría decir que la evolución de las democracias occidentales es la evolución de la conciencia social del pueblo. Cuando éste se sentía débil y desorganizado, los políticos y los empresarios gobernaban en su propio beneficio sin demasiado pudor; conforme creció la presión social, las protestas ciudadanas y los sindicatos, los gobiernos fueron concediendo derechos y libertades (esto último fue más controvertido, no todos veían compatible la libertad del pueblo con sus negocios, como nuestras sociedades demuestran abiertamente en la actualidad). Cuando la demanda social aumentaba, los políticos, que conocían el poder que el hambre daba a los desesperados, y temerosos de una revolución, concedían mayores derechos.
Cuando más aparecía el fantasma de la revolución en las pesadillas de los dirigentes fue cuando se esforzaron en inventar algo que pareciese mejor al pueblo sin perjudicar sus negocios. Así nació en Inglaterra, tras la Segunda Guerra Mundial, el estado del bienestar. Tan preocupados estaban por entonces que tomaron medidas que hoy día serían tachadas de comunistas, bolivarianas, sangrientamente antiguas: se nacionalizó la banca, la minería, la electricidad.

Por lo tanto, podemos decir que el estado del bienestar es un biznieto del despotismo ilustrado, en que el rey regalaba a su hambrienta población fuentes y paseos arbolados para calmar sus ímpetus. Está claro que no lo consiguió, pues el pueblo se levantó en armas junto a la burguesía, así que el modelo hubo de cambiar.

Sin embargo, cuando el pueblo se relaja, también lo hacen las políticas. Y en ese momento es en el que nos encontramos ahora. La gran obra del capitalismo occidental, el estado de bienestar, está en peligro. Muchos reaccionarios aborrecen todo lo que parezca de color rojo, y un estado intervencionista les suena casi soviético (a pesar de que este modelo ha sobrevivido con mucho a la URSS).

Si verdaderamente el estado comunista fuese ese gran opresor que busca la servidumbre del pueblo, hacer a todos iguales para controlarlos, doblegarlos y privarlos de libertad, ya lo habrían implantado todos los poderosos en sus países, pues sería su paraíso. Sin embargo, no lo han hecho. Y no lo han hecho no por convicción, sino porque saben que es falso: el comunismo eliminaría sus privilegios de clase y nos haría a todos iguales, sí, pero en el reparto de la riqueza. De hecho, eso que critican al comunismo es precisamente lo que ellos pretenden hacer en todo el mundo: doblegarnos a sus intereses. La globalización, los medios de comunicación, las multinacionales... Todos ellos nos quieren iguales: los mismos gustos (regidos además por la moda, no por una convicción firme), haciendo las mismas cosas (con los aparatos que nos venden)
¿Por qué surgió el fascismo? Para combatir el comunismo, en auge en los años treinta del siglo pasado tras el triunfo de la revolución en Rusia. ¿Y las libertades? Tenemos libertades, ¿no? Nosotros tal vez, pero si se llaman multinacionales es por algo: sus tentáculos se extienden por el primer, el segundo y el tercer mundo, burlando las leyes del primero y violando los derechos humanos en los demás.

¿Qué lección podemos sacar de la Historia? Esa materia tan desestimada, aburrida para algunos, tan absolutamente necesaria. "Senza memoria non c'è futuro" se dice, y es cierto. Estos días de laxitud democrática y social se deben al desconocimiento de la Historia y de su potencial de futuro. El resurgimiento de la ultraderecha en Europa, del que nadie se preocupaba en España porque no se veía, es evidente estos días en las calles. ¿Por qué "Arriba España" y "Viva Franco"? Porque desconocen la Historia, no tienen ni idea de lo que significó lo que pregonan. ¿Por qué tanto recorte en financiación, educación, sanidad, justicia, libertad? Porque no hemos aprendido, nos hemos relajado. La utopía es pensar que la burguesía va a regalarnos nada.

Somos esclavos de los móviles, del tráfico, de los anuncios, de las modas; somos esclavos de la comida, de los bancos (que nos controlan), del sistema político, de las redes sociales, de los medios de comunicación, del ordenador, la televisión;
somos esclavos del miedo, las farmacéuticas, los supermercados, somos esclavos de la desinformación, la falta de pedagogía, la depredación de los más fuertes;
esclavos de las religiones y su moral, de los prejuicios, esclavos del ministerio de Hacienda;
una frase hermosa: esclavos del capital;
esclavos de nuestra autoestima;
pero sobre todo somos esclavos del miedo que nos infunden desde que nacemos.
Nos infunden miedo contra los criminales, que son precisamente la basura, los residuos de su sistema. Nos infunden miedo contra la movilización (puede suponer un coste, a veces incluso cárcel), miedo contra nosotros mismos, miedo contra la revolución (porque son ellos quienes la temen); nos infunden aburrimiento hacia las humanidades, pasión por los deportes, desinformación constante.


Contra todo ello, pensamiento crítico. Cultura.

Noche de san Fermín

Y,
despistados como estábamos,
retumbó en la negra esfera,
con ruido de tambores rotos,
el rayo de fuegos artificiales con
cientos de colores.
Los truenos rugían en la atmósfera
oscura,
iluminando las pupilas de
niños en hombros de
sus padres.
Quedamos en suspenso,
como
las chiribitas en
el
cielo.
Rompió el aire la
traca ensordecedora.
Una chiquita se tapaba las orejas mientras
una ambulancia apartaba a la
multitud.
La explosión intensa de llamas flamígeras
me dejó boquiabierto, sin poder
moverme
apenas. ¡Qué fuerza,
qué rugido emerge
de las entrañas del fuerte!
Los oscuros sillares de la
ciudadela se
apagaron al fin, acabando
un momento mágico e inolvidable.
Después siguió la fiesta.


¡Viva san Fermín!
¡Gora!


Aquí dejo el vídeo que hizo mi amigo sobre este viaje.

VOLVEMOS A SAN FERMÍN Pamplona | Vlog 35

Visiones del Campo Grande

Una cantante golondrina
se posa en el banco
de madera que
ocupo.
Mientras, unas ondas persiguen a un cisne
que recorre las aguas cristalinas,
hendidas también por ánsares, ocas
y ganchitos arrojados
por infantiles brazos.
Unas hojas secas
son pisadas por una
chiquita.
Enmudeció el murmullo de
la fuente
ante las campanas filipinas.
Cuando sus rumores metálicos se perdieron en
el sotobosque, de éste salió,
gallardo,
soberbia la cola,
altiva la mirada,
un pavo real de zafiro
lanzando su grito inflamado.
Mal la umbrosa fronda
esconde sus tesoros.
Y una mano agita
una anunciante campanilla que evoca
recuerdos de una vieja barca.
Imágenes, olores, recuerdos...
¿Cómo un gran poeta
podría ignorar tanta belleza
si un lugar así inspira a cualquiera?


Noviembre del 2017 (Segundo centenario del nacimiento de José Zorrilla en Valladolid)

Más versos inspirados en el Campo Grande aquí --> Mundo aparte, reducto salvaje

Momentos

Los días pasan rápido.
Al mirar atrás las experiencias vividas,

los momentos,
son tantos que
parece mentira: hoy cumplo mi primer mes aquí.
Pero sobre todo son tantos los
planes, los destinos futuros...
Así, sin darme cuenta,
acabo viajando en un tren con
un nuevo rumbo: Bogliasco.
El mar nos abrazó al bajar y
pronto nos atrajo hacia sí.
Agua, sol, arena y amigos.
Floto.
Me tumbo, me dejo llevar,
los sonidos se acolchan a mi alrededor
y floto.
Tranquilidad por fin.
Paseos entre las
playas, momentos mágicos sobre
las rocas.
Atardeceres inmensos e
intensos. El rojo ondulante,
reflejado en el mar, rompe y
suenan constantes los
borboteos de las olas contra
los peñascos,
inundando sus concavidades.
Todo se llena de color cuando
la luz se apaga lenta pero heroicamente.
Un velero se pierde a lo lejos
y un crucero incendia sus bombillas.
Momentos de plenitud y armonía en que
respiro, miro

a mi alrededor
y soy feliz.

















Pronto

Las castañas caen,
los árboles enmudecen,
y yo camino despacio por las aceras mojadas.
Mi cuerpo aún está tibio de caricias y
sonrisas de despedida.
Un alma en vilo mientras
otra se aleja en vela.
Días y días de preparación, compras,
maletas,
idas y venidas.
Por fin, el día ha llegado.


     Y se produjo el blackout. Tanto tiempo preparando este viaje sin pensar en lo que vendría después. Mucha información, pocas certezas. Sí, empieza uno de los viajes más importantes y memorables de mi vida. El programa Erasmus cumple ahora 30 años, pero esta travesía mía no tiene nada de moderno. Voy siguiendo los pasos de otros tantos compatriotas que desde siempre se embarcaron hacia Italia: gentes que buscaban fortuna en Nápoles (en un tiempo parte de España), los que se encomendaron a enarbolar una bandera y se alistaron a los tercios, o los artistas que allí fueron a visitar, dibujar, aprender del arte itálico. Así como estos últimos, pienso aprovechar todo el tiempo y las oportunidades para recorrer Italia, aprender su idioma, conocer gente, otros tipos de educación y de cultura y cuanto pueda.

     Embarcamos. Me siento bien olvidándome por un momento de cuidar de las maletas. Delante del nuestro va otro avión. Rueda, como rodará el nuestro; se levanta, como lo hará el nuestro; y, finalmente, se alza de la pista como un lento cohete blanco que poco a poco se pierde en el cielo; como empieza a hacer el nuestro.
En un momento la tierra empequeñeció y yo miré admirado esa insólita imagen, en que las montañas se vuelven arrugas de tambor y, las carreteras, líneas que unen grupos de puntos que podrían ser casas. Poco duré contemplando el panorama, pues me pudo el sueño.


     Desperté y, tras la ventanilla, todo era blanco y azul: el Mediterráneo. Poco después, apenas un instante, apareció la costa italiana, y mis ojos buscaron información que añadir al archivo sobre el país que será el mío por nueve meses. ¿Es eso Génova?, pensaba mientras buscaba la forma cóncava del puerto. Tal vez lo fuera, pero al momento nos internamos en las nubes. El destino: Turín.


En el otro lado, los días
corren intensos:

conciertos, ópera, cine,
charlas, fiesta, gente nueva,
excursiones, playa, italiano,
comida, lavandería,
planes... planes siempre.
Pero tanta actividad no hace olvidar
ese cuerpo que falta;
ese cuerpo que no late,
no respira,
no sueña
a mi mismo compás.
Ese cuerpo sin el cual el mío
desequilibra mi cama y
me hace caer contra la pared.

Mis ojos ven mil maravillas que
ardo en deseos de mostrarte.
Pero pronto, muy pronto...



    Éste es el más bello de los pueblos de Cinqueterre. Pronto, muy pronto, tú y yo miraremos el mar arropando las rocas, las casas de colores sobre los acantilados, el horizonte infinito... Y ese horizonte sin fin es el nuestro. Pronto, muy pronto, volveremos a juntar nuestras manos y caminaremos, estrechados los cuerpos, hacia esa enorme línea que separa una inmensidad de otra. Pronto, muy pronto, el infinito será nuestro amor y nada podrá pararnos.

Playa de Boccadasse.


Arco della Vittoria.


Playa de Nervi.


Porto antico.



Cinqueterre.




Turín.




 Palacios genoveses.





















Parlami d'amore, Mariu - Jonas Kaufmann

El corazón de los Picos de Europa: entre Covadonga y Caín

Bajo el resguardo por fin de la tienda de campaña, puedo coger el móvil para lo poco que sirve en estas circunstancias: escribir.
Largo e incómodo viaje nocturno en tres autobuses y parada en Oviedo nos llevó al fin a Covadonga. Visitamos el pueblo, la cueva y la basílica. Todo estaba lleno de bruma cuando salimos del templo neogótico, hasta que tocaron las nueve y, aún sonando las campanas por toda la cuenca, de entre las agujas de las torres apareció, magnífico, el sol, iluminando con áureos rayos todo a nuestro alrededor. Con esta bienvenida empezamos nuestra propia ruta por los Picos de Europa, pues no habíamos de terminar la iniciada.

Camino equivocado número uno:
-¿Es ésta la ruta de la Reconquista?
-Pues no sé, digo yo.
Y no era. Subimos por un empinado camino hasta que éste acabó y dimos la vuelta. Si éste parecía duro, el que vino fue horrible. Sudando la gota gorda, ascendimos hasta llegar al río Mestas, que bajaba presuroso por una cueva alta y estrecha, la cueva de Orandi. Nos detuvimos para bañarnos y llegar al principio de la gruta, almorzamos y seguimos.

Camino equivocado número dos:
La mala señalización nos llevó a perdernos duramente, con muy mal sendero, hasta que quedó claro, horas después, cuando éste salía del bosque, que por allí no podía ser. Retrocedimos hasta la cueva para volver a empezar, buscando en vano señales. Al fin Piti dio una vuelta de reconocimiento sin mochila y encontró algo. Seguimos sin problemas junto a un río, del que debimos beber, y paramos para comer.


En una majada tranquila
encontramos descanso
momentáneo.
Los rayos solares traspasaban las
hojas de los árboles, la
brisa corría, ligera,
entre nuestras húmedas ropas y,
de fondo,
cientos de cencerros de
vacas y ovejas locas
llenaban el valle.
Por un momento cerré los ojos, me apoyé
en mi palo y respiré.

Así que esto es lo que sienten los pastores.

Camino equivocado número tres:
De nuevo la mala señalización nos hizo desviarnos, aunque por poco tiempo pues ya estábamos recelosos. Desanduvimos lo andado y seguimos. Siguió a esto una cuesta terrible, inacabable, como nunca habíamos subido. Jadeantes, llegamos a la cima tras pequeña parada y continuamos.
El día acabó al lado de una carretera, junto a un abrevadero y algunas vacas que nos hicieron compañía y guarda nocturna. Acampamos guarecidos bajo un árbol, mirando al este; cenamos y poco nos costó conciliar el sueño. Había terminado el primer día y faltaba mucho para acabar la primera etapa de nuestra ruta.

Camino equivocado número cuatro:
El día se levantó precioso con el sol despuntando tras los picos. Recogimos, rellenamos la cantimplora y seguimos. Bajamos por el cauce de un río, sólo piedras, matorrales y barro en nuestros pies. Las vagas indicaciones nos llevaron a perdernos por el valle, inundado en muchos puntos, hasta comprobar que nuestro camino era otro.

Negras chovas que se ríen de nosotros,
arroyos, ríos,
abrevaderos en los que refrescarnos,
fuentes obligadas.
Árboles de formas grotescas.
Mariposas azules, blancas, naranjas.
El esfuerzo del camino resta belleza
a la naturaleza.
Cardos azules, arbustos, flores, árboles...
¿Por qué todo pica tanto? No
pararán mi camino por eso.

Camino equivocado número cinco:
El más grave e indignante de todos. Atentos siempre a las señales y las indicaciones de internet, giramos en un valle a la izquierda. Ese simple cambio de dirección conllevó perder toda la mañana. Después de hundirme hasta la cadera en un lodazal del que costó mucho esfuerzo salir y descender hasta una carretera, preguntamos cómo ir a los lagos a unos ciclistas (comprobando si lo que nos decían coincidía con la orientación que nuestro camino llevaba). Duramente subimos por la carretera, varios coches y autobuses pasando junto a nosotros, el lago dichoso siempre parecía estar en la siguiente cima, hasta que la sombra del temor invadió nuestra mente. Al fin, nuestra sospecha se vio confirmada: acabábamos de llegar al sitio donde habíamos acampado. Bonito rodeo.
Rehicimos la caminata de por la mañana sensiblemente enfadados tras descansar y rellenar nuestras cantimploras con esa agua que sabía a vaca e hicimos caso omiso de la señal anterior. Había señales de vez en cuando, lo cual era un alivio, pero éste duró poco realmente.

Camino equivocado número seis:
En efecto, seguimos las señales hasta que dejó de haberlas. Mosqueados, seguimos por donde entendíamos que debía seguir el camino, mas pronto supimos que estábamos perdidos de nuevo. Nos sentamos a descansar junto a un rebaño de ovejas, eficazmente ahuyentadas por un perro que no dejaba de ladrar. Después seguimos. Más adelante, con la ayuda de los prismáticos, alcanzamos a ver, al otro lado del valle, un abrevadero y lo que parecía un coche. Descendimos hasta donde corría un pequeño arroyo para volver a subir duramente por un camino lleno de lodo. Sólo el caño y un tanque de agua encontramos. Poco después de haber cruzado la sima bajó una niebla espesa que nos impidió ver de dónde veníamos. Continuamos por ese mal camino hasta una senda señalizada con amarillo (dificultad media, la nuestra era roja o alta). Ya era algo. Poco después vimos señales que indicaban la dirección hacia los lagos y seguimos por allí. Nos encontramos con un hombre y su burro que debía estar cargando algo, como si hubiese allí un chiringuito. Más adelante, un señor sentado en la falda de una loma nos saludó y bajó corriendo a nuestro lado. Quería llevarnos por el buen camino, pues decía que era normal perderse por allí. Conversamos con él, le transmitimos nuestras quejas y, al final, vimos bordada en su polo una insignia del Ministerio. Debía ser un guarda. Dijo que en media hora estaríamos en los lagos. Seguimos sus indicaciones y...

Camino equivocado número siete:
La niebla era cada vez más espesa. A tres metros las cosas empezaban a difuminarse. Atravesamos un valle lleno del sonido de cencerros, que junto a las entrañas de las nubes daba un ambiente mágico y misterioso, casi asceta. Seguimos el camino más o menos definido, mi amigo Piti resoplando del esfuerzo, subiendo una colina tras la que esperaba ver ya el agua, nuestra salvación y aseo. Lo que me encontré tras la cima, sin embargo, era un valle de tinieblas, una caída muy empinada y nada. Piti, exhausto, tiró la mochila al suelo y comimos. Durante mucho tiempo esperamos que la neblina subiera; pero no lo hizo. En éstas estábamos cuando de entre la bruma apareció el hombre del burro, que casi nos arrolla, y que dejó ir solo, sin camino a la vista por el otro lado del cordal, mientras nos explicaba en un español difícil, como si fuera rumano (bable, le dije a mi amigo, en broma), por dónde se iba a los lagos. "En menos de una hora habréis llegado."
Nos pusimos pies a la obra. Las indicaciones del guarda no eran correctas, evidentemente, y bajamos de nuevo al valle para seguir las del asnero, que mejor nos fueron. Antes, nada más bajar de la colina donde reposábamos, cruzamos la majada llena de ovejas locas y vacas e hicimos un amigo: un perro del que habíamos sospechado que nos iba a morder pero que sólo quería caricias y compañía. Fue una lástima dejarlo atrás, con su rebaño.

¿Cómo miden estos hombres las distancias?
¿Sus relojes andan más rápido?
¿Calculan a la baja?
Ni las aproximaciones de la gente ni
las de las señales
alcanzamos nunca. ¡Ojalá!
Quince minutos por aquí,
media hora por allá;
más parece que indican la distancia para la
próxima señal que
para el lugar que pregonan.

Tres cuartos de hora con la constante esperanza de que el lago Ercina estuviera a la vuelta del cerro hasta verdaderamente llegar, bajando cuestas imposibles, andando bajo rocas enormes. A las seis de la tarde del segundo día terminamos la primera etapa. No nos pudimos bañar, pero descansamos con tan bella estampa. El lago era precioso, y a veces se cubría de niebla blanquecina y sólo quedaba, de nuevo, el sonido de los cencerros. Descansamos tanto, que cuando quisimos rellenar las cantimploras, el bar había cerrado a las siete y nos quedamos con ellas vacías.

Camino equivocado número ocho:
Cuando continuamos, con la mosca detrás de la oreja, preguntamos a dos personas que nos indicaron caminos diversos.
Tomamos uno al fin, pero un plano que hablaba de las minas de Buferrera y la brújula nos hicieron ver que por ahí no podía ser. Volvimos al punto de partida, y la neblina seguía tan espesa que prácticamente fuimos a ciegas.

Camino equivocado número nueve:
Conscientes de que ése no era nuestro camino y de que jamás terminaríamos la ruta de la Reconquista, anduvimos casi a ciegas por el medio de un prado, sin más referencias que el borde del lago que apareció sin avisar a un lado y los cencerros por todas partes. Con cautela, viendo que nos perdíamos incluso del equivocado, llegamos al fin a un camino señalizado, de nuevo amarillo, y anduvimos en busca de un lugar para acampar y agua que beber. Lo primero costó más, pero lo segundo lo resolvimos en un arroyo que bajaba al lago. Retomamos la marcha hasta encontrar un valle más o menos apartado y acogedor donde hincar las piquetas y pensamos antes de acostarnos si llegaríamos a algún pueblo al día siguiente.

El mínimo ruido
produce un eco en las entrañas de
los picos. Un simple
fuego, saliente del humero de una
humilde casa de un pastor
se huele en todo el valle.
Pisar mal un montón de piedras
precipita a otras decenas de ellas.
El más minúsculo cambio tiene
su repercusión.
La fragilidad de un ecosistema es
como la de una persona,
como la de la felicidad,
como la de la vida.

Renació el sol por entre las peñas rocosas y con él nosotros. A saludarnos vinieron unas vacas y un burro. Tras saludarlos y recoger, retomamos nuestra ruta. Caminábamos contentos por la abundancia de señales (se notaba que habíamos cambiado de senda). Nos cruzamos con un grupo que nos dijo que en menos de una hora llegaríamos al refugio de montaña y, a partir de ese momento, desaparecieron las señales.

Camino equivocado número diez (y último):
Pronto empezamos a preocuparnos. El camino serpenteaba y empezaba a accidentarse, debiendo sortear grandes piedras. Al fin paramos, apercibidos de nuestro error, y miré en derredor con los prismáticos. Encontré el camino y lo tomamos, encontrando luego una señal: quince minutos. Al igual que la casi hora del otro, tardamos más.
Esperábamos un lugar donde secar nuestra ropa, comer, proveernos de agua, una carretera que llevase a un pueblo... Nada de eso. Un edificio en medio de ninguna parte. Una vez allí pedí una cerveza y mi amigo un aquarius y un sándwich de tortilla. Él nueve y yo tres euros. Se conoce que lo llevan a cuestas, en helicóptero o en caballeriza (el burro del rumano, que allí estaba, está claro). Al menos situamos el pueblo más cercano y cómo llegar. Cuatro horas según el asnero por ruta difícil, "porque cuesta, no que sea difícil", dijo. La madre que lo parió.

Al principio anduvimos bien, yo estaba animado; hasta que llegamos al borde de un acantilado. Estábamos en lo alto de un pico y todo apuntaba a que teníamos que bajarlo entero. De nuevo dejamos de ver señales ni pintadas, y por donde debíamos ir parecía imposible de bajar, de empinado y peligroso, bajando por piedras a montones. Descendimos penosamente hasta encontrar la primera sombra y, apoyados en nuestras mochilas, nos quedamos los dos dormidos bajo el árbol.
Al despertar, seguimos en busca de la famosa fuente, que llamaban, y tan dura era la bajada que nos caímos varias veces; en una casi me mato. Llegamos a una cueva llena de chivos encabritados, luego a otra, pero ni rastro del manantial. Como de costumbre, nos habíamos cruzado con unos que dijeron que estaba ahí mismo, cinco minutos como mucho. Yo pienso que buscan ya reírse de uno. Seguimos bajando hasta alcanzar la dichosa "fuente": un arroyo pequeño. Bebimos sedientos, a cuatro patas cual fieras salvajes, y me aseé por fin, echándome encima el agua fresca con la cantimplora. Descansamos largamente, comimos y volvimos a la carga.
La senda era mucho más amable, bajo los árboles, y avanzamos rápidamente hasta encontrarnos frente a frente con una cuesta llena de las mismas piedras de antes, tan empinada que parecía un tobogán, y más rápido bajaríamos así. Fue casi inmediato volver al camino correcto, sin bajadas precipitadas, hasta llegar a la ruta del Cares, civilización, gente y, sobre todo, el canal oculto que vimos bajando. En cuanto hubo lugar apropiado, subimos, nos desnudamos y nos bañamos por fin. El agua helada nos llegaba por las rodillas, así que hubo que tirarse. Después nos secamos, bajamos y continuamos hasta Caín. Por fin un pueblo. Habíamos llegado a la provincia de León.
Cuanto allí aconteció no merece siquiera ser contado, pues no quisiera enervarme en exceso. Tal vez en otra ocasión.

Aquí el vídeo de Piti que ilustra las aventuras:

DOLOR, ESFUERZO, BELLEZA | PICOS DE EUROPA

La cueva de Covadonga.






La Basílica de Covadonga.


 



Empezamos.














Aquí me hundí.