Recuerdo inmarcesible

Hoy hace cinco años desde que te fuiste y nos dejaste llenos de pena y buenos recuerdos. ¿Son muchos o son pocos? Son muchos, pues todo ese tiempo hemos vivido sin ti; pero a la vez son pocos, pues la luz que has dejado atrás sigue inextinguible, y tu recuerdo inmarcesible. Esos recuerdos aún iluminan mi día a día, mis acciones y mi pensamiento, mi forma de expresarme tanto gestual como verbalmente, mi humor. Y, desde entonces, tu imagen no se ha quedado petrificada, como la de un viejo daguerrotipo enmarcado en polvo. No. Tu imagen es un vídeo que se reproduce perfectamente en mi mente, y el eco de tu voz no se ha perdido en mi memoria.

Pasan los años y la voz de tu recuerdo no se apaga; al contrario, en mi corazón sigues dando palmas y cantando canciones cada vez con una letra nueva. Y eso me reconforta. Saber que te tengo dentro de mí y que me acompañas en cada etapa, en cada momento de mi vida, me hace sentir la mar de bien.

El otro día te sentí muy cerca. Estaba solo en mi nueva casa arreglando mi bicicleta y casi podía oler el tres en uno con el que siempre engrasabas mi bici para ponerla a punto para el verano. Incluso podía verte sacando herramientas de su caja, sentado en ese viejo y sencillo taburete de madera, y eché en falta esa bomba de pie con la que siempre hinchábamos las ruedas. Ese ritual llegaba año tras año, cada agosto, y seguro que muchas veces no habría siquiera deshecho la maleta antes de hacerlo.
Nunca supe a quién de los dos hacía más ilusión ese momento, pero debía ir muy a la par.

Ese recuerdo que no se marchita que tengo de ti es con quien hablo a menudo y a quien escribo estas y otras líneas, consciente de que ya no me leerás nunca más. Y no se limita a evocaciones de las cosas que hiciste, que dijiste o que me han contado de ti; eso no es más que la epidermis de lo que me has legado. Más adentro, más profundo, se conservan las enseñanzas, los gestos, las expresiones, todas esas cosas que aprendí de ti o contigo y que me han hecho como hoy soy. Bajo esa piel están tanto tus enseñanzas sobre montar en bici como de vida y comportamiento; tanto chistes como esa forma extraña de coger la cuchara que a veces me sale; tanto tomar todo lo que venga con humor y buena cara como echar para adelante y no tener miedo. Incluso algo tuviste que ver en mi afición por las boinas.

En conclusión, te echo mucho de menos y sigo faltando a mi palabra de no llorar al pensar en ti; pero, a cambio, te llevo siempre conmigo y, en mi corazón, aún sigues muy vivo y dando guerra, como siempre.

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