Escapada a Lisboa

Los lisboetas
tienen mucho de poetas.
También tienen...
un calor de espanto,
el mar,
sol hiriente,
humedad a chorros,
turistas, bullicio,
tráfico
(y no sólo de drogas).
Lisboa es una ciudad
vibrante.
Muchos andamios, pocas obras.
Los niños oxean a
impávidas palomas sucias.
Y de espaldas a todo ello
el Tajo;
la calma del oleaje,
las palomas,
la Plaza del Comercio
con José I dando la bienvenida a
entrantes navegantes.
Lisboa es una ciudad
bella.
Brillan las blancas calzadas de
piedra, en las rectas
rúas Augusta, de Plata...
Saluda el arco del triunfo,
se dejan inmortalizar las
broncíneas esculturas,
se enrocan la Seo y el castillo,
se pierden los tejados en 
su ascenso hacia el cielo.
Lisboa es una ciudad
emocionante.
Emocionante como montar
en un viejo tranvía;
como perderse
en las sinuosas calles del
antiguo barrio árabe de la Alfama;
como aventurarse
por entre la exuberante vegetación
de Sintra,
visitando maravillas de
jardines, castillos y palacios.
Atardece nuestro último día en
la ciudad; 
antiguos cañones presencian
el mar,
los veleros,
Lisboa anocheciendo,
plagándose de luces...
Apenas meter las piernas
en el Tajo
sirve de despedida a esta
ciudad.
Hemos traspasado cientos de kilómetros
y ha merecido la pena.









 















 

 


 
 





 











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