Paseo (Apuntes de distintos días rutinarios IV)


"No es paz, sino misterio lo que deja la luna en la tierra."
Dionisio Ridruejo, Diario de una tregua.

Llegué a casa con ganas de andar, y con las mismas salí. Dos facciones combatían por el control del cielo: el azul celeste unido a un rosa ardiente y sensual en el poniente, y la creciente negrura que teñía de oscuridad y misterio el azul que tocaba. Tras un pequeño paseo hacia ninguna parte (el camino no es un medio sino un fin en sí mismo), cuando ya las lindes del camino se me hacen borrosas, me paro y contemplo los rastros de las urbes, con sus lejanos y tambaleantes puntos de luces naranjas y blancas que parecen guiños, al igual que los de las inmutables y escasas estrellas que se dejan ver. Entre ellas se vislumbra la estela almidonada de un avión. En medio del silencio sobrecogedor llegan los ecos de algunos coches, niños jugando, perros ladrando... Entre las casas se erigen altos postes de luz, que juntos parecen esos bosques de nueva plantación, tan regulares y monótonos. A pesar de ser la única persona en este camino de tierra, es imposible sentir que estoy solo. La luz del sol va desapareciendo entre las nubes al oeste, y las sombras ganan terreno en la cúpula celeste, pero no me es posible retomar el camino a casa aún. Éste se confunde cada vez más con los campos y el mismo cielo, cada vez más oculto en la oscuridad. La luna apareció, achatada como un melón, amarilla y horadada como un queso, mientras más estrellas poblaban el cielo como pámpanos de hielo.

Volviendo ya con paso incierto, a lo lejos vi como unas tinieblas cernidas sobre el pueblo, algo como si los montes lejanos hubiesen sido pintados con tiza blanca. Al mismo tiempo llegaron a mis oídos los gritos distantes de mucha gente, por lo que mi imaginación pensó en lo que no confirmaba mi olfato: incendio, fuego. Casi había entrado en la población cuando entendí lo que realmente pasaba: las altas farolas del campo de fútbol iluminaban un partido aclamado desde fuera por el público excitado.
Al final el frío y las tinieblas me devolvieron a casa, desde donde ordeno como puedo estas palabras. No ha sido un paseo muy largo pero he descubierto el placer de andar y disfrutar andando.





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