En los adentros de la jungla


A poco más de las siete y media las nubes negras empiezan a abrazar a las más claras, preparando la tormenta, y se hace gradualmente la oscuridad. Nuestro coche pasa bajo un frondoso pasillo abierto entre la selva, árboles altísimos a ambos lados se buscan con las ramas sobre nosotros. Una ventanilla se cierra seguida de una exclamación y el ambiente se llena de calor húmedo antes de que el aire acondicionado vuelva a adueñarse de la situación.
Luego de haber andado tras una vieja ranchera cargada de maíces llegamos a una recta y la adelantamos rápidamente, dejando atrás la sombra de un sombrero gigante al volante.
A nuestro lado pasan carteles de "precaución, camino sinuoso" que no alcanzamos a ver, al tiempo que las ruedas van tomando las curvas de la carretera. Sobre ésta aparecen unas veces grandes ramas caídas sobre el asfalto, heridas por algún rayo reciente; en otras, bancos de niebla se interponen a nuestra vista, como calor salido de la roca negra hacia la superficie.
Por unas milésimas de segundo las pupilas perciben todos los detalles que se le escapaban a los focos del coche. Los montes se perfilan en derredor, brilla el metal de las torres de alta tensión, aparecen como caídos del cielo árboles redondos posados sobre el prado. Pero el fulgor del rayo dura muy poco, y pronto todo a nuestro alrededor vuelve a una profunda oscuridad mágica.
Nada se puede predecir. De la misma manera que vino se vuelve a ir la fuerte lluvia, dejando apenas unas gotas, para volver a caer al poco con violencia. A cubierto de ésta, invisibles a nuestros ojos, los moradores del valle arrancan la corteza de algunas ramas con un enorme machete o reposan sobre sus hamacas bajo cabañas de caña y hojas secas de palma junto al río, amenazante, crecido por las abundantes lluvias tardías. El mismo río que, junto con otros, corre hacia el Atlántico empujado por la fuerza de las enormes cascadas que nos esperan en nuestro viaje a la Huasteca potosina.

Y por fin, tras más de cuatro horas de camino por carretera (y no sólo), las primeras luces de Ciudad Valles empezaron a despuntar tras los limpiaparabrisas.




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