Seis de octubre

Abuelo, no sé si puedo decir que te quiero cuando ya no existes. Tampoco entiendo que te hable como si te tuviera enfrente, pero así es como me sale hacerlo de dentro y, aunque nos engañemos cada día, las personas no somos siempre racionales. A un año de tu muerte te he vuelto a soñar, como tantas otras veces, y como cada vez ha sido un sueño feliz. Eso es lo que mejor sabías transmitir, alegría, alborozo, amor por la vida. He despertado con una sonrisa en la boca que pronto se ha tornado en cálidas lágrimas. Lo sé, eso no te gusta, me dijiste muchas veces que no te llorara cuando no estuvieras, pero las personas no siempre somos racionales. No era la única cosa que decías con poco sentido, muchas veces te decía que sí para dejarte tranquilo, pero tenía muy claro que las cosas no eran así. Como cuando te volvías protector y me decías que si se metía alguien conmigo irías a por él, a tus noventaitantos años. Lo que sabías es que te iba a echar de menos, y así es.
Echo de menos tocar el timbre cada vez que llego a casa para que lo oigas, echo de menos echar la partida, echo de menos imprimirte mis escritos y mis notas, echo de menos verte inclinado sobre esos papeles o sobre el Norte de Castilla leyendo sin entender ni la mitad tras tus gruesos lentes. Echo de menos ver si nos tocamos la punta de la nariz con la lengua y la eterna disputa por que te lavaras las manos antes de comer. Echo de menos tu curiosidad, tu inquietud, tus ocurrencias, que cada vez prepares cualquier perrería de las tuyas. Echo de menos que me cuentes mil cosas de Casasola y que la abuela y tú cantéis canciones cuya letra, aunque parezca mentira, recuerda siempre mejor ella. Echo de menos veros juntos en el salón, tú con los cascos rozando la tele con la nariz y la abuela inquieta. Echo de menos seguirte por las calles del pueblo camino a la casa vieja y la bodega con la escalera a la que te subiste varias veces imprudentemente para intentar arreglar mil cosas. Echo de menos que nos demos un pestorejazo (o colleja) antes de comer, echo de menos hasta la forma extraña que tenías para coger la cuchara.
Me has enseñado mucho, mucho, ni yo sé decir cuánto. Sí, te sigo llorando en contra de tu voluntad, pero siempre que me decías esa tontería añadías que tenía que seguir adelante, ser un tío de bien, no querer ser más que nadie ni menos tampoco y seguir estudiando y sacarme la carrera para ponerme a trabajar. Y en eso estoy, corriendo las calles cada vez que puedo igual que tú (uy, cómo te picaba saber de mis miles de viajes por si no estaba estudiando, pero en el fondo te alegrabas y a ti mismo te encantaba hacer lo mismo).
Pase lo que pase llevaré siempre conmigo tu recuerdo, la imagen de ti jovial disfrutando de cada momento importante, como emocionado por estar con la familia en nochebuena y no parar de cantar y cantar villancicos y canciones tradicionales, una tras otra, como queriendo alargar la velada al máximo, colorado por dos copas de vino, feliz.

No voy a decir que he tenido el mejor abuelo del mundo, porque eso no sería de razón, hay muchos abuelos en el mundo y no pienso ponerme a compararlos todos. Pero una cosa tengo clara: he tenido el mejor abuelo que podía tener y desear.

A lo loco se vive mejor

































2 comentarios: