Contratiempos (Apuntes de distintos días rutinarios VII)

El día empezó con pequeños contratiempos: la temperatura radical del agua de la ducha, el café sin hacer, el bote del azúcar vacío, la tostada que cae por el lado de la mermelada, el microondas que primero deja la leche fría y luego caliente en exceso, la repisa del gel y el champú que se cae, el coche que el frío de la noche ha dejado congelado como un cristal, esmerilado... todo esto me lo tomaba con humor, pensando que otros ya estarían pensando que iba a ser un mal día, que era demasiada casualidad... Cuando conseguí raspar los vidrios y arrancar el motor del coche, y después de que se me muriese de frío temblando entre estertores, salí de mi pueblo.
     En la carretera olvidé mi afición a conducir, pues habría preferido observar mi alrededor como un desocupado copiloto: Esta mañana el mundo se ha levantado un día más, entre vientos alisios que movían nubes grises bajas, puestas en formación, como si de un ejército dirigido al sudoeste se tratase. Estos cuerpos almidonados se recortaban en el fondo de otros más lejanos, blancos como el hielo que aún se aferraba a las lunas de mi coche, donde la recién salida luz solar incidía. Era ésta clara y pura, e iluminaba directamente todo el valle.
     A los lados del camino se dibujaban las retorcidas ramas sin hojas de los árboles, violentadas por el mismo viento que se oponía al avance de mi coche, rebotando y entrando en sus uniones haciendo gran ruido.
    A pesar de no llegar tarde, mi coche corría presuroso para llevarme cuanto antes a la universidad. Era el primer día de clase, y, después de este espectáculo rutinario pero que me conmovió, y a pesar de tantos contratiempos con los que perdí un cuarto de hora, empecé el primer día de clase más animado, más alegre.
      Termino de coser estas líneas una semana después de escribirlas en un día similar, sin ser lunes, donde tras deshacer las barreras de frío y hielo entre mi coche y el resto del mundo, salí con poca visibilidad y, en medio del camino, que se presentaba gris entre las tinieblas traídas por la Esgueva, apareció el círculo solar, naranja y potente, para iluminar cuanto tenía delante, aún amodorrado por la oscuridad y la niebla que poco a poco se diseminaba. La diferencia es que esta vez he llegado cinco minutos tarde y me he encontrado con la puerta de clase cerrada y una profesora incomprensiva. Son cosas que pasan.


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