El silencio se ha instalado en la casa, sólo roto por los llantos de hambre del pequeño Izan. El bebé es el centro de nuestra atención; cada vez que pasamos junto a su cuna, un magnetismo especial nos hace agacharnos y contemplar sus movimientos oníricos: abre y cierra la mano, entreabre los ojos... Sus vagidos son pocos pero pautados. Es esa etapa de la vida en que todo es nuevo y desconocido como mudarse a una ciudad jamás visitada. La casa, que se diría fantasma, sólo cobra vida en las comidas y las cenas, momento en que se habla todo lo que se ha callado hasta el momento. El resto del día y de la noche es una sucesión rítmica de sueños y despertares; siempre hay alguien descansando. Pero lo más sorprendente de todo es la fascinación que algo tan pequeño que sólo duerme en su cuna produce al que lo mira, parándose a su lado y mirando sus pequeños dedos apretados, sus esféricas mejillas, sus ojos cerrados. ¿Quién podría turbar tan plácido sueño?
El paso por las zonas comunes se vuelve precipitado entre abrigos, cunas, cochecitos, tendederos...
Mientras los padres se apartan de la vida para cuidar en casa de su hijo, éste va engordando de aquélla.
Cada avance en su desarrollo es una sorpresa para nosotros. Apenas tiene medio mes y ya posa sus inocentes ojos sobre lo que lo rodea.
Mucho más le queda por aprender a él y a nosotros por admirarnos; lo acompañaremos en su crecimiento y aprendizaje con atención y cariño. Bienvenido al mundo, sobrino.
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