Una rama que se agacha firme como el bauprés de antiguos bergantines legendarios, enarbolada con más ramas y frutos nacientes a modo de punzantes puntas de lanza, me hace soñar con aventuras de barcos de vela, piratas, tesoros, tierras desconocidas…
En el suelo quedan los granos de arroz tirados del árbol por el viento, restos de una boda; tal vez fruto de una resaca espumosa. Escondidas entre las diezmadas flores aparecen incipientes las pequeñas hojas marrones, la nueva generación del almendro. El suelo parece el reflejo de lo que tiene sobre él en esa pequeña cúpula florida, bajo la cual el mundo parece menos hostil. Mis pies hollan las antiguas glorias de las oscuras ramas, donde se conserva el dulce olor de las flores. Los inmutables pinos atienden como yo al espectáculo de la primavera, desarrollado en este escenario, un pequeño jardín por el que paso a diario de camino a clase. Este umbroso rincón es para mí el más agradable y preciado de la calle, tan agobiada del ruidoso paso de los coches indiferentes. En ocasiones quisiera cesar en mi prisa por llegar a casa, desembarazarme de todos mis bártulos y tumbarme en ese césped para contemplar el aparentemente lento discurrir de las nubes en el cielo, los movimientos ondulantes de las ramas...
Sí, a veces parece que sueño por encima de mis posibilidades (barcos de vela, piratas, ¿habrase visto este muchacho?); pero ¿sería posible vivir sin soñar?
En el suelo quedan los granos de arroz tirados del árbol por el viento, restos de una boda; tal vez fruto de una resaca espumosa. Escondidas entre las diezmadas flores aparecen incipientes las pequeñas hojas marrones, la nueva generación del almendro. El suelo parece el reflejo de lo que tiene sobre él en esa pequeña cúpula florida, bajo la cual el mundo parece menos hostil. Mis pies hollan las antiguas glorias de las oscuras ramas, donde se conserva el dulce olor de las flores. Los inmutables pinos atienden como yo al espectáculo de la primavera, desarrollado en este escenario, un pequeño jardín por el que paso a diario de camino a clase. Este umbroso rincón es para mí el más agradable y preciado de la calle, tan agobiada del ruidoso paso de los coches indiferentes. En ocasiones quisiera cesar en mi prisa por llegar a casa, desembarazarme de todos mis bártulos y tumbarme en ese césped para contemplar el aparentemente lento discurrir de las nubes en el cielo, los movimientos ondulantes de las ramas...
Sí, a veces parece que sueño por encima de mis posibilidades (barcos de vela, piratas, ¿habrase visto este muchacho?); pero ¿sería posible vivir sin soñar?
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