El afán y las ganas de aventuras nos llevaron a querer
celebrar nuestros cumpleaños viajando, con el formato usual y económico de
coger la carretera y visitar nuestro patrimonio cercano. Una avería en la
ventanilla de última hora nos impidió ver Tordesillas, así que tomamos rumbo
hacia San Cebrián de Mazote, un pueblo donde difícil sería, arrimado a una
tapia, que nadie metiera el brazo por el hueco de la ventana y abriera el
coche. Amplísima se nos presentó, tras pasar por el contraábside semicilíndrico
y de bóveda de horno en ladrillo, la Capilla Sixtina del mozárabe. Nos perdimos
por un momento entre sus altas columnas, cada una diferente, pasando bajo los
arcos de herradura y la cubierta de madera, sorprendiéndonos con cada juego
espacial y volumétrico de la iglesia.
Después
tomamos de nuevo carreteras de curvas y altibajos para llegar al monasterio de
la Santa Espina, que no visitamos por no tener dónde aparcar el coche con la
ventanilla bajada. Retomamos el camino, esta vez hacia Urueña, la primera villa
de España.
Sobre
un de la inmensa llanura
dominante altozano
presidía la villa medieval
todo a su alrededor.
dominante altozano
presidía la villa medieval
todo a su alrededor.
No contento con
las carreteras comarcales, en cuanto veía un camino de tierra que llevaba a
quién sabe dónde me metía por él, hacia lo desconocido. Así fue como entramos
en la Villa del Libro por una inclinadísima cuesta de arena, casi por la puerta de atrás,
con tal inclinación que veíamos el horizonte del revés y en cualquier momento
parecía que el coche no daría para más y caeríamos de nuevo hacia abajo.
De la mano nos adentramos en las
milenarias murallas, recorrimos mil veces las estrechas calles y visitamos
cuanto el tiempo nos permitió: el museo de la fundación Joaquín Díaz, con
interesantes grabados de vestidos castellanos tradicionales, instrumentos
antiguos y una exposición que explica la evolución del gramófono; la ermita de
nuestra señora de la Anunciada, una maravilla única por ser románico lombardo,
sólo conservado en el antiguo reino de Aragón; y exploramos el pueblo.
Subimos
a las pétreas murallas.
Y
dominamos con la
mirada
el
Mar de Castilla:
los
campos amarillos,
verdes,
pardos;
los
pueblos cercanos y lejanos;
lejanas
montañas…
A
lo lejos,
una
nube de polvo indicaba
cosechas
de cereal.
Junto a arruinados castillos
gritaba nuestro amor:
¡Victoria!
Aviones ocultándose en las nubes,
bandadas de chillonas palomas,
las ruinas del castillo,
el cielo azul,
besos,
risas,
todo cabe
tumbados los dos en
único abrazo
junto al foso hecho estanque.
gritaba nuestro amor:
¡Victoria!
Aviones ocultándose en las nubes,
bandadas de chillonas palomas,
las ruinas del castillo,
el cielo azul,
besos,
risas,
todo cabe
tumbados los dos en
único abrazo
junto al foso hecho estanque.
En mi vida he visitado muchos
monumentos, ciudades, museos o edificios (aunque menos de los que quisiera) y
lo he hecho con varios acompañantes: familiares, amigos, compañeros… Ahora lo
hago con mi novia; y he de decir que con nadie congenié tan bien para cosas
como éstas. Los dos nos detenemos a leer todos los textos que nos exponen e
incluso libros a mayores antes de la visita, estudiamos sin prisa y con agrado
lo que vemos, nos aventuramos con una sonrisa hacia lo ignoto, disfrutamos con las mismas cosas…
También soy consciente de que, cuanto
más estudio y más visito, más analizo y reconozco algunas cosas, sintiendo que
sé algo y alegrándome cada vez por ello. Un ejemplo es reconocer señales
históricas en un plano (me encanta el urbanismo) o predecir que esa laguna
junto a ese castillo debió ser un foso. Cosas tan sencillas que antes no sabía
ver y ahora que sé hacerlo me llenan de gozo exento de vanidad. Y, desde luego,
cualquier conocimiento que tenga estoy deseando de extenderlo y compartirlo con
quien quiera, ya sea escribiendo o contándoselo a mi novia (me encanta
enseñarte cosas, profesora).
El día acabó
subidos en un monte, al otro lado de Urueña, al que llegamos como no podía ser
de otro modo aventurándonos por caminos de tierra, contemplando cómo los
últimos rayos del sol iluminaban sus cenicientas piedras. Por mucho que vimos,
nos faltaron mil cosas que visitar (ni siquiera compramos libros). Así que el
regreso es obligado. Esta pequeña y emocionante excursión fue la última de
vacaciones; ahora es difícil compaginar horarios, pero en cuanto nos coincidan
volveremos a la carga en busca de nuevos rincones que visitar y de los que
aprender. Y que sea así por mucho tiempo, que hay mucho que ver y no hay mejor
compañía.
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