La diaria lucha entre luz y oscuridad se desarrolla frente a mí. Nubes y estelas de aviones se confunden sobre un fondo entre amarillo y azul claro. Ha sido un gran día. Después de despedirme de mi novia, vuelvo risueño a casa, pensando aún en el reciente recital. La última vez que hice una actuación en público fue en segundo de la ESO... Era el único chico del grupo de teatro, y eso abrumaba. Fue en ese taller, hace tantos años, donde conocí a Inés, mi mejor amiga. Hoy, su novio y yo hemos declamado juntos un poema, El día de la creación, de Vinicius de Moraes (los dos escribimos y no nos pusimos de acuerdo en qué poema propio recitar). Hemos sido los séptimos en salir a la tarima y, hasta ese momento, estuve con ciertos nervios. Ya en el escenario, las gafas quitadas para no ver a los espectadores, todo salió rodado. Tan contento estoy que, rememorando esos momentos, me sorprendo a mí mismo silbando por la calle. Hace tan bueno fuera a estas horas, en que el sol se ha escondido y empieza a refrescar... Me siento muy feliz. Claro está, sería ilusionante pasar a la semifinal del concurso, pero... Yo estoy muy satisfecho; si no ganamos para el jurado, habremos ganado buenos momentos. No sé qué ha sido lo mejor de todo: ¿sentirme seguro y saber que lo estamos haciendo bien? ¿Los parabienes y enhorabuenas del público? ¿La caña que nos tomamos mi padre, Belén y yo como primer encuentro entre ellos? Bueno... ¿para qué comparar? Desde luego, hoy ha sido un gran día. Un día para el recuerdo. ¿Sabéis por qué? Porque hoy es sábado y mañana domingo.
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