Tras largo y
tortuoso ascenso, su padre y él llegaron a lo alto de un acantilado. Como de
costumbre, se asomaron al borde de la roca; mas quedaron espantados nada más
hacerlo: ante sus ojos se revolvía violento el tenebroso y viscoso océano, que
había tomado el color de las pesadillas nocturnas. El viento movía al impetuoso
oleaje, que teñía de oscuro la orilla.
Desde niño le habían
inculcado el amor por la naturaleza y el uso racional de los recursos (o
sostenible, como gusta decirse ahora). Así que, desde que vio el chapapote, se
propuso estudiar para evitar que la contaminación y el cambio climático fueran
a más. Trabajó duro para licenciarse e investigar en el campo de la automoción
(pues el 20% del CO2 que emitimos se debe a los transportes). Tras años de
estudio consiguió la deseada fórmula: un coche completamente eléctrico y económico.
El suyo es sólo un pequeño paso, pero una vez más no depende sólo de él poder
luchar contra el calentamiento global. Nuestro protagonista ha hecho una parte
importante, ahora debemos extender el uso del coche eléctrico, cuidar de que la
electricidad que lo mueve venga de fuentes renovables, no malgastar lo que
escasea… Por trabajos como el de este investigador anónimo, cuya imaginada vida
nos ha servido de pretexto para concienciar una vez más sobre este problema, y
los de otros muchos, cambiar esta situación y salvar el planeta es posible;
pero la responsabilidad también es nuestra. ¿Vamos a legar a nuestros hijos una
tierra enferma y sin curación?
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