Desayunando me hallo,
constantes los bostezos,
los párpados de acero.
Torpe con la mano alcanzo
la leche, el café, el vaso.
Vaporoso aullido
hasta mis oídos llega,
y sobre alta peña
paréceme estar (rugido
del viento) y no en espera
de la ardiente cafetera
con oscuro contenido.
Al fin viene a mis manos
ardiente por dentro y fuera
(tanto que los dedos me quema).
Con precaución y protocolo saco
fugazmente lo hervido o asado.
Húmedo crujido,
que a la tierra espanta.
Cereales, pastas,
metálico chasquido.
Rutinarios sonidos son todos,
acompañantes únicos del despertar.
Sin su monotonía, ¡qué soledad!
En el día, con ellos de fondo,
que me espera empiezo a pensar.
¿Qué me deparará?
Mi cuerpo pide reposo,
mi mente ya en marcha está.
Lo descubriré pronto,
que la mañana es larga
pero el día corto.
Hasta entonces, me pongo
otro café
y que sea lo que tenga que ser.
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