Después de
mucho revolverse entre las sábanas sudorosas, despertó sobresaltado con palidez
mortal y se incorporó alarmado, jadeante y con los ojos muy abiertos ante las sombras.
El corazón quería salírsele por la boca y las salinas gotas corrían por su
rostro. Un alarido. Tiempo le llevó recomponerse de la impresión que le causó
la recurrente pesadilla. Se levantó vacilante, se apoyó en el armario para que
le pasara el mareo y se arrastró hasta el baño. Se sintió mejor con el
contraste del agua tibia con su abrasadora carne. Hacía un calor sofocante. Ya
aliviado, volvió a su cuarto, se sentó en la cama, bebió un trago de agua y
apagó la luz. Sin embargo, con la oscuridad volvieron a su mente las indelebles
imágenes oníricas: las noches enteras sin dormir; el opresivo nudo en la
garganta al saber que se acercaban el lunes y el martes; la angustia del
esfuerzo vano, sin resultados; el continuo tormento psicológico y abatimiento
físico de las interminables horas en clase; el rostro odioso y odiado de aquella
profesora apática, inflexible, altiva, engreída, viperina… y la plena
consciencia de que el trabajo de medio curso iba directo a la basura,
arruinando en parte sus expectativas académicas… Sí, hacía años que se había
licenciado, llevaba mucho ejerciendo la profesión que siempre soñó y que acabó
a pesar de las patadas como ésta directas a su estómago, ésas que tanto lo
cansaron y que agotaron las energías y bríos con que empezó la carrera; mucho
había llovido desde el aciago día en que se levantó por la mañana (de la silla
de trabajo, que la cama no la tocó), apurando tanto cada momento para retocar
su titánico trabajo de horas y cuidado que tuvo que volar con el coche para
entregar a tiempo, temblorosas las piernas, desbocado el corazón, incontrolable
la respiración. Sí, mucho hacía de aquello; mas, a pesar de ello, aún se
despertaba a veces en medio de la noche descompuesto y gritando: ¡he suspendido
proyectos! ¡He suspendido proyectos! ¡He suspendido proyectos!
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