Plutocracia

Desde la Revolución Francesa, el mando del poder y la forma de ejercerlo han variado poco para los que lo conservan; ha mejorado. Antes de ésta, el poder lo tenía la nobleza, que despreciaba incluso a la burguesía porque su riqueza provenía del trabajo. Los nobles preferían salir de cacería y disfrutar de las fiestas de la corte; eso los que se lo podían permitir, claro está; los que no sólo podían aparentar riqueza y pregonar su título. Cuando la burguesía triunfó, el poder se repartió más equitativamente (entre todos los ricos, quiero decir).

Lo más evolucionado de nuestra cultura no es la tecnología, la comunicación ni la técnica sino el refinamiento de la urdimbre del poder, los hilos finos y transparentes de quienes nos controlan, que saben jugar con nuestros sueños y aspiraciones para moldear su mensaje.
Todos sabemos que vivimos en una sociedad de consumo, pero muchos creen que puede haber igualdad y capitalismo. ¿Existe igualdad social sin igualdad económica? Poniendo un ejemplo sencillo, cuando alguien quiere comprar un producto debe elegir entre uno más caro y otro más barato (con posibles intermedios) en base a sus posibilidades económicas. ¿Existe igualdad cuando los puntos de partida son tan diversos? Si un corredor nace al lado de la meta y otro mucho más atrás, el último deberá correr mucho para poder alcanzar al primero. Así sucede con las condiciones de vida y la predeterminación social.

Se podría decir que la evolución de las democracias occidentales es la evolución de la conciencia social del pueblo. Cuando éste se sentía débil y desorganizado, los políticos y los empresarios gobernaban en su propio beneficio sin demasiado pudor; conforme creció la presión social, las protestas ciudadanas y los sindicatos, los gobiernos fueron concediendo derechos y libertades (esto último fue más controvertido, no todos veían compatible la libertad del pueblo con sus negocios, como nuestras sociedades demuestran abiertamente en la actualidad). Cuando la demanda social aumentaba, los políticos, que conocían el poder que el hambre daba a los desesperados, y temerosos de una revolución, concedían mayores derechos.
Cuando más aparecía el fantasma de la revolución en las pesadillas de los dirigentes fue cuando se esforzaron en inventar algo que pareciese mejor al pueblo sin perjudicar sus negocios. Así nació en Inglaterra, tras la Segunda Guerra Mundial, el estado del bienestar. Tan preocupados estaban por entonces que tomaron medidas que hoy día serían tachadas de comunistas, bolivarianas, sangrientamente antiguas: se nacionalizó la banca, la minería, la electricidad.

Por lo tanto, podemos decir que el estado del bienestar es un biznieto del despotismo ilustrado, en que el rey regalaba a su hambrienta población fuentes y paseos arbolados para calmar sus ímpetus. Está claro que no lo consiguió, pues el pueblo se levantó en armas junto a la burguesía, así que el modelo hubo de cambiar.

Sin embargo, cuando el pueblo se relaja, también lo hacen las políticas. Y en ese momento es en el que nos encontramos ahora. La gran obra del capitalismo occidental, el estado de bienestar, está en peligro. Muchos reaccionarios aborrecen todo lo que parezca de color rojo, y un estado intervencionista les suena casi soviético (a pesar de que este modelo ha sobrevivido con mucho a la URSS).

Si verdaderamente el estado comunista fuese ese gran opresor que busca la servidumbre del pueblo, hacer a todos iguales para controlarlos, doblegarlos y privarlos de libertad, ya lo habrían implantado todos los poderosos en sus países, pues sería su paraíso. Sin embargo, no lo han hecho. Y no lo han hecho no por convicción, sino porque saben que es falso: el comunismo eliminaría sus privilegios de clase y nos haría a todos iguales, sí, pero en el reparto de la riqueza. De hecho, eso que critican al comunismo es precisamente lo que ellos pretenden hacer en todo el mundo: doblegarnos a sus intereses. La globalización, los medios de comunicación, las multinacionales... Todos ellos nos quieren iguales: los mismos gustos (regidos además por la moda, no por una convicción firme), haciendo las mismas cosas (con los aparatos que nos venden)
¿Por qué surgió el fascismo? Para combatir el comunismo, en auge en los años treinta del siglo pasado tras el triunfo de la revolución en Rusia. ¿Y las libertades? Tenemos libertades, ¿no? Nosotros tal vez, pero si se llaman multinacionales es por algo: sus tentáculos se extienden por el primer, el segundo y el tercer mundo, burlando las leyes del primero y violando los derechos humanos en los demás.

¿Qué lección podemos sacar de la Historia? Esa materia tan desestimada, aburrida para algunos, tan absolutamente necesaria. "Senza memoria non c'è futuro" se dice, y es cierto. Estos días de laxitud democrática y social se deben al desconocimiento de la Historia y de su potencial de futuro. El resurgimiento de la ultraderecha en Europa, del que nadie se preocupaba en España porque no se veía, es evidente estos días en las calles. ¿Por qué "Arriba España" y "Viva Franco"? Porque desconocen la Historia, no tienen ni idea de lo que significó lo que pregonan. ¿Por qué tanto recorte en financiación, educación, sanidad, justicia, libertad? Porque no hemos aprendido, nos hemos relajado. La utopía es pensar que la burguesía va a regalarnos nada.

Somos esclavos de los móviles, del tráfico, de los anuncios, de las modas; somos esclavos de la comida, de los bancos (que nos controlan), del sistema político, de las redes sociales, de los medios de comunicación, del ordenador, la televisión;
somos esclavos del miedo, las farmacéuticas, los supermercados, somos esclavos de la desinformación, la falta de pedagogía, la depredación de los más fuertes;
esclavos de las religiones y su moral, de los prejuicios, esclavos del ministerio de Hacienda;
una frase hermosa: esclavos del capital;
esclavos de nuestra autoestima;
pero sobre todo somos esclavos del miedo que nos infunden desde que nacemos.
Nos infunden miedo contra los criminales, que son precisamente la basura, los residuos de su sistema. Nos infunden miedo contra la movilización (puede suponer un coste, a veces incluso cárcel), miedo contra nosotros mismos, miedo contra la revolución (porque son ellos quienes la temen); nos infunden aburrimiento hacia las humanidades, pasión por los deportes, desinformación constante.


Contra todo ello, pensamiento crítico. Cultura.

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