Tras
una tarde de conferencias sobre el diagnóstico histórico de patrimonios urbanos
y estar a punto de dar la vuelta y perdérmelo, he asistido en el último momento
(la música ya había empezado cuando entre en la sala) a este fantástico
concierto desde la más alta tribuna del auditorio, lugar que no me corresponde
por los siete euros pagados. Escribía allí encerrado durante el descanso para
que no me obligasen a colocarme en mi sitio (todo se veía desde allí). Aunque
no salí de fiesta, el dinero fue bien invertido. “Señoras y señores, el
concierto va a continuar” (el oboe y su misión afinadora). Me encanta el sonido
de la orquesta cuando afina lenta pero apresuradamente sus instrumentos. La
primera parte del programa empezó con el estreno absoluto de Folías de España,
una música asombrosa y mágica; continuó el concierto para flauta y orquesta en
sol mayor de Mozart, que me relajó y me hizo desconectar, pensar y disfrutar
grandemente con su perfecta armonía; y terminó con una obra para flauta que el
famoso intérprete, de talla mundial, dedicó a los recientemente fallecidos
Boulez y su maestro: Memorial para flauta, de Boulez. La sucesión vertiginosa
de notas me maravillaba, al tiempo que los brillos metálicos de la flauta me
obnubilaban.
Salió el
director entre aplausos, y tras dar la mano al concertino empezó la última
obra: Sinfonía nº1 en re mayor, “Titán”. ¿De dónde vienen las lejanas trompetas
con su son triunfal? (estaban encerradas fuera del escenario, ¡qué ardid!) ¡Con
qué placidez se posan los ligeros dedos de los chelos en su pizzicato. Las voces de arpa y clarinete
saltan entre el agua de la orquesta como si de un tranquilo estanque se
tratase. Con cuánto esplendor se pasa de la más armoniosa calma al más vital
movimiento. Estaba yo recostado sobre el murete que servía de barandilla,
escuchando sosegado la música en mi soledad privilegiada en las alturas, cuando
me pervirtieron la intimidad con Mahler entrando en la tribuna una pareja y una
señora. Qué enérgico empezó el segundo movimiento. ¿Cómo es posible que no
conociera esta música maravillosa antes? Música elegante, en vals,
purificadora. ¿Dónde quedaban las obligaciones y molestias? Todas estaban
olvidadas fuera de la gran sala revestida de cálida madera donde la orquesta
interpretaba su papel. Cuidadosos dedos raspaban las cuerdas para comprobar que
su instrumento estaba bien afinado antes de comenzar de nuevo. ¿Por qué surgen
las toses en los descansos y los solos instrumentales? No sé qué me hace más
gracia: la gente que aplaude cuando no debe o los enfadados puristas chistando enérgicamente. El tercer movimiento empezó lento y cadencioso, in
crescendo. ¿Quién ha muerto? Esto se combina con otra movida melodía de ritmo
marcado, creando un sabor de mezcla gustoso, agridulce. El arpa le daba un
sabor infantil, inocente al relato. Por último, comenzó rotundo y colérico el
cuarto movimiento. Explotaban platillos, timbales y un enorme tambor, resonaban
las trompetas, rabiaba la cuerda. El sentimental vibrato sobrecogió cada parte de mi cuerpo tras el fragor
precedente, que volvía haciendo retumbar el suelo mientras el imparable frenesí
se desataba. Inevitablemente, después de la tormenta viene la calma, y el cuco
y demás sonidos forestales del primer movimiento reaparecieron. Terminó la
sinfonía con un grandioso final y merecidos aplausos y vítores.
El final de
este día rutinario y distinto a los demás no fue tan monumental, cayendo en
brazos de Morfeo poco después de acostarme.
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