¡Qué largas!
Al menos tanto como
las horas de espera para verte,
los minutos de enfado,
los segundos de placer; como
una bengala que asciende
ardiente,
chillando.
Si cada vez que te encuentro
en la inmensidad de la noche, tú
me quitas los grilletes de la rutina,
me liberas de la adversidad;
no tires las llaves de mis esposas al
río salado.
Cómetelas, si quieres hacerme preso
de las alturas,
de la luz de tu vida,
del calor de tu alma;
cómetelas si quieres
hacerme esclavo de la felicidad,
esclavo de la noche,
esclavo de la sangre que aprieta mis sienes y
mi corazón
al verte.
Seré el amor-dazado que sube al
patíbulo (tu boca); el castigo,
Nuestros valses en la cama.
tú serás mi verdugo.
Tú serás mi pena.
Tú serás mi rendición y
mi indulto.
Tu boca es fuente, manantial en el camino;
tu cuerpo es oasis en el desierto.
tu piel representa La rendición de Breda
cuando mis dedos la tocan.
Y súbitamente
me convierto en un alfarero en
torno a tu cuerpo.
Déjame siquiera un hilo de tu
pelo
para saber que no son sueños mis
recuerdos.
Déjame siquiera
un beso
para no perder el aliento.
Déjame siquiera susurrarte al oído
mis versos desordenados por la dicha,
mi grito en el vacío de tu
ausencia.
Déjame, déjame...
déjame, por lo que más quieras,
amarte a mi manera, pues no conozco
otra.
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