Nos vamos a Bilbao. Al cielo gris ascienden negras chimeneas, salidas de grandes industrias que aparecen entre el verde, a los lados de la carretera. Junto a ésta aparece un desvío en obras, una lengua de asfalto que acaba en el vacío de un viaducto por hacer. No es la primera obra en infraestructuras que observo. Se ve un dinamismo inusitado, tanto económico como industrial como cultural. No puedo dejar de compararlo con Castilla, donde hace décadas esperamos una autovía a León y otra del Duero, a Soria. ¿Será por no tener nacionalismos en nuestro gobierno? Por oportunidades de "amiguismo" no será: un presidente leonés y otro del mismo partido que el presidente de la Junta, de mucho peso en esa formación; pero las autovías no llegan. Como tampoco llegan otras muchas inversiones necesarias, al tiempo que en Cataluña aparece nuestro presidente rodeado de empresarios catalanes asegurando no sé cuántos miles de millones de euros para trenes de cercanías, corredores mediterráneos, etcétera. De este caso me llama la atención que se hable en los medios de voluntad de diálogo con los independentistas cuando más parece soborno. El presidente elude su responsabilidad de dialogar cara a cara con los catalanes, atender su demanda principal de todos conocida, y en lugar de (en una metáfora que le gustará) coger el toro por los cuernos, observa la lidia desde la talanquera.
Una vez en la capital, saludados por los rascacielos, vamos directamente al lugar por el que nos han traído: el Guggenheim. Había visto anunciada la exposición de expresionismo abstracto y no me la quería perder. Además de ésa y otras fascinantes exposiciones, recorrí el edificio todo, con la audioguía de la mano y gran prisa, como durante todo el viaje. Dos horas me dieron de tiempo, y en dos horas conseguí verlo todo, a menudo corriendo; fue el caso de las esculturas de Richard Serra, que me maravillaron sobremanera, recorriendo su ondulada geometría de cobre, dando vueltas y más vueltas mientras a mi lado se retorcían las enormes paredes.
Pasado el plazo impuesto volví con mi madre y los primos. Tras dar un par de vueltas se me permitió pasear por el centro de Bilbao (quien dice pasear dice andar corriendo como personajes ilustres tales como Mariano Rajoy o Luis Bárcenas, que da gusto verlo agotar a periodistas jadeantes). No tuve tiempo de entrar en ningún sitio ni de mirar detalles: media hora de plazo para ir desde el Guggenheim hasta el centro y volver.
Me llama mucho la atención que la mayoría de las ciudades vascas (su centro histórico) tienen un trazado regular y unas plazas y una arquitectura del siglo XVIII. No así en Pamplona, Navarra, donde el trazado es medieval y las calles sucesivas cercas por las que, con según qué niveles de alcohol en sangre, no es difícil perderse.
Poco más hay que contar, pues después de esto comimos y nos volvimos: una mañana para una ciudad tan principal. Está claro que debo volver, pues dejé pendiente una cita con un amigo, varios museos, el teatro Arriaga...
La prima llevaba un disco con música vasca en el coche (aunque he de reconocer que me pareció ruso o algo por el estilo hasta que oí "euskal erria"). De igual modo me sorprendieron las muchas bocas, calientes por la sidra, cantando canciones populares vascas. ¿Alguien ha oído jotas en algún coche por aquí? Cualquiera pensaría de él que es un desgraciado o antiguo, un carca o qué sé yo; pero es lo nuestro, por mucho que le demos la espalda. Debemos saber valorarlo. Aparte de los niños que las bailan como actividad extraescolar, poco más movimiento hay en este sentido (reconozco que he buscado jotas en youtube y ha sido un desastre: grabaciones malísimas, sólo ancianas cantando, pero aun así suena bien; no es ópera, pero...).
El siguiente viaje fue el último antes de volver, y de hecho el primo nos acompañó de camino a Valladolid sólo para indicarnos cómo llegar a Aránzazu. Se trata de un pueblo de montaña con impresionantes vistas sobre un valle y alrededores; pero si fuimos allí fue por el santuario, claro. Me impresionó, las cosas como son. Mientras mi madre y el primo tomaban un café, yo tomaba rápidos bosquejos de la moderna basílica, al tiempo que se oía desde el exterior la característica melodía del campanario. Así, solo como estaba, recorrí el templo por todos los sitios, recorrí el deambulatorio, tomé fotos y dibujos y cuando me hube cansado me fui. Se trató de toda una experiencia arquitectónica, al decir de los entendidos y algo pedantes críticos de la arquitectura.
Pasado el plazo impuesto volví con mi madre y los primos. Tras dar un par de vueltas se me permitió pasear por el centro de Bilbao (quien dice pasear dice andar corriendo como personajes ilustres tales como Mariano Rajoy o Luis Bárcenas, que da gusto verlo agotar a periodistas jadeantes). No tuve tiempo de entrar en ningún sitio ni de mirar detalles: media hora de plazo para ir desde el Guggenheim hasta el centro y volver.
Me llama mucho la atención que la mayoría de las ciudades vascas (su centro histórico) tienen un trazado regular y unas plazas y una arquitectura del siglo XVIII. No así en Pamplona, Navarra, donde el trazado es medieval y las calles sucesivas cercas por las que, con según qué niveles de alcohol en sangre, no es difícil perderse.
Poco más hay que contar, pues después de esto comimos y nos volvimos: una mañana para una ciudad tan principal. Está claro que debo volver, pues dejé pendiente una cita con un amigo, varios museos, el teatro Arriaga...
La prima llevaba un disco con música vasca en el coche (aunque he de reconocer que me pareció ruso o algo por el estilo hasta que oí "euskal erria"). De igual modo me sorprendieron las muchas bocas, calientes por la sidra, cantando canciones populares vascas. ¿Alguien ha oído jotas en algún coche por aquí? Cualquiera pensaría de él que es un desgraciado o antiguo, un carca o qué sé yo; pero es lo nuestro, por mucho que le demos la espalda. Debemos saber valorarlo. Aparte de los niños que las bailan como actividad extraescolar, poco más movimiento hay en este sentido (reconozco que he buscado jotas en youtube y ha sido un desastre: grabaciones malísimas, sólo ancianas cantando, pero aun así suena bien; no es ópera, pero...).
El siguiente viaje fue el último antes de volver, y de hecho el primo nos acompañó de camino a Valladolid sólo para indicarnos cómo llegar a Aránzazu. Se trata de un pueblo de montaña con impresionantes vistas sobre un valle y alrededores; pero si fuimos allí fue por el santuario, claro. Me impresionó, las cosas como son. Mientras mi madre y el primo tomaban un café, yo tomaba rápidos bosquejos de la moderna basílica, al tiempo que se oía desde el exterior la característica melodía del campanario. Así, solo como estaba, recorrí el templo por todos los sitios, recorrí el deambulatorio, tomé fotos y dibujos y cuando me hube cansado me fui. Se trató de toda una experiencia arquitectónica, al decir de los entendidos y algo pedantes críticos de la arquitectura.
¿Qué decir de la gastronomía? He tenido que esperar a venir al País Vasco para probar y que me guste el bacalao y las anchoas. Entre las visitas culinarias fuimos a una especial; se trata de una sidrería cercana a San Sebastián. Los primos nos contaron que las sidras son caseras, y que antes la gente llevaba su comida y probaba las sidras recién sacadas de la manzana. Hoy se come allí, bebiendo a libertad de cada una de las barricas enormes, cada una de un sabor. El ambiente era muy bueno, acogedor, y la comida mejor aún: bacalao, tortilla de bacalao y filetes de ternera de dos dedos de ancho. La sidra calentó las gargantas de un grupo de nacionalistas, que alzó la voz con canciones tradicionales en vasco; en este idioma, por cierto, estaban escritos todos los carteles del lugar, con lo cual me sentí en parte desplazado lingüísticamente.
Puestos a hablar de temas controvertidos daré un apunte: por lo general el vasco convivía con tranquilidad con el español, pero el episodio de los baños (komunak) en la sidrería (no era lugar público, menos mal) no fue agradable. A mí me gusta siempre aprender, y con alguna palabra vascuence me he quedado, pero que se use únicamente me parece muy privativo, excluyente y antidemocrático; pues, aunque haya quien hable de "lenguas propias", las lenguas propias del País Vasco son el vasco y el español, las dos.
Ondas.
Ondas gigantes, terribles,
inabarcables, ineluctables,
ondas infinitas, una
tras otra,
una tras
otra;
una tras
otra;
soldados de un mortífero ejército,
ondas fieras,
rodillos que apisonan la superficie
inmensa,
arcos que tiran espuma,
espuma de animal rabioso,
furibundo,
apabullante.
Cachones burbujeantes,
filos rutilantes deapabullante.
Cachones burbujeantes,
rocas.
Uno tras
otro, uno tras
otro...
Uno tras
otro, uno tras
otro...
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