Capítulo 4. Rabia
Quienes más hacen sufrir son los que menos parecen hacerlo. Y es que son golpes como éstos los que hacen ver lo injusto de este mundo. Quiero gritar y no me sale. Quiero llorar, y cuando parece que agoté todas mis lágrimas brotan otras más cálidas que corren veloces por mis mejillas. Me siento vacío como un abismo inmenso, sin calor, sin valor. Sin sonrisa. Miro sin ver esa foto, busco algo a lo que aferrarme, algo que pueda decir que es mío. Mas nada encuentro. Solo, solo y cansado. A veces busco razones, pero a veces es mejor no razonar. A veces no se puede razonar. Pero ¿qué ha ocurrido? Por más que me lo pregunto, no hallo respuesta. Ni siquiera sé si una respuesta serviría de algo, pues lo que ha ocurrido ya no se puede arreglar. Debo aceptar las cosas como son, pero eso implica dejar de soñar. Me niego a dejar de soñar. Mis ilusiones han sido tiradas, aplastadas, rotas; y yo estoy solo, solo y cansado. Con un escalofrío miro en mi interior y se me encoje el estómago. No tengo fuerzas, o eso creo. Seguiré buscando algo incierto, difuso. No quiero, no quiero volver a empezar otra vez; no tengo fuerzas...Y pensar que he tenido ese algo tan cerca... Pero se ha ido, se ha escapado de mis brazos; y yo estoy solo, solo y cansado. Tú derribaste mis murallas, fuiste tú quien me desarmó, quien me dio fuerzas e ilusiones; y ahora, nada; y de nuevo estoy solo, solo y cansado.
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