Camino solo bajo la profunda cúpula celeste;
todo silencio a
mi alrededor. Las luces nocturnas quedan
reflejadas en el asfalto húmedo de lluvia.
Camino por enormes avenidas de
aceras estrechas, donde
apenas algún coche pasa
apresurado;
apenas un barrendero recoge los
cabellos sueltos por el otoño.
Camino sobre las calles empedradas, entre
birretes caídos por los suelos,
nuevamente en esta ciudad infinita cuyo
único límite es el mar.
Dejo a mi lado los edificios
que me rodearon día tras día;
con melancolía, igual que
la hoja seca que queda sola
entre las desnudas ramas.
Y pienso.
¿Cuántos semáforos se me han cerrado
cuando más corría,
cuando más seguro estaba de
llegar?
¿Cuántos ventanales se me abrieron
cuando pequeñas puertas se me cerraron?
Cruzo la calle inmensa
y pienso: son perfectas mis
imperfecciones. Sin embargo,
he sanado mis heridas en versos desordenados,
he cambiado la cerradura a mi corazón,
he dejado de lado cuanto me coartaba y
me he enfrentado a mis planes y aspiraciones.
Apenas llego al portal que me acogió
los diez mejores meses de mi vida,
lo veo claro. Abro la puerta y murmuro:
Cualquier día es hoy.
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