los árboles enmudecen,
y yo camino despacio por las aceras mojadas.
Mi cuerpo aún está tibio de caricias y
sonrisas de despedida.
Un alma en vilo mientras
otra se aleja en vela.
Días y días de preparación, compras,
maletas,
idas y venidas.
Por fin, el día ha llegado.
Y se produjo el blackout. Tanto tiempo preparando este viaje sin pensar en lo que vendría después. Mucha información, pocas certezas. Sí, empieza uno de los viajes más importantes y memorables de mi vida. El programa Erasmus cumple ahora 30 años, pero esta travesía mía no tiene nada de moderno. Voy siguiendo los pasos de otros tantos compatriotas que desde siempre se embarcaron hacia Italia: gentes que buscaban fortuna en Nápoles (en un tiempo parte de España), los que se encomendaron a enarbolar una bandera y se alistaron a los tercios, o los artistas que allí fueron a visitar, dibujar, aprender del arte itálico. Así como estos últimos, pienso aprovechar todo el tiempo y las oportunidades para recorrer Italia, aprender su idioma, conocer gente, otros tipos de educación y de cultura y cuanto pueda.
Embarcamos. Me siento bien olvidándome por un momento de cuidar de las maletas. Delante del nuestro va otro avión. Rueda, como rodará el nuestro; se levanta, como lo hará el nuestro; y, finalmente, se alza de la pista como un lento cohete blanco que poco a poco se pierde en el cielo; como empieza a hacer el nuestro.
En un momento la tierra empequeñeció y yo miré admirado esa insólita imagen, en que las montañas se vuelven arrugas de tambor y, las carreteras, líneas que unen grupos de puntos que podrían ser casas. Poco duré contemplando el panorama, pues me pudo el sueño.
Desperté y, tras la ventanilla, todo era blanco y azul: el Mediterráneo. Poco después, apenas un instante, apareció la costa italiana, y mis ojos buscaron información que añadir al archivo sobre el país que será el mío por nueve meses. ¿Es eso Génova?, pensaba mientras buscaba la forma cóncava del puerto. Tal vez lo fuera, pero al momento nos internamos en las nubes. El destino: Turín.
En el otro lado, los días
corren intensos:
conciertos, ópera, cine,
charlas, fiesta, gente nueva,
excursiones, playa, italiano,
comida, lavandería,
planes... planes siempre.
Pero tanta actividad no hace olvidar
ese cuerpo que falta;
ese cuerpo que no late,
no respira,
no sueña
a mi mismo compás.
Ese cuerpo sin el cual el mío
desequilibra mi cama y
me hace caer contra la pared.
Mis ojos ven mil maravillas que
ardo en deseos de mostrarte.
Pero pronto, muy pronto...
Éste es el más bello de los pueblos de Cinqueterre. Pronto, muy pronto, tú y yo miraremos el mar arropando las rocas, las casas de colores sobre los acantilados, el horizonte infinito... Y ese horizonte sin fin es el nuestro. Pronto, muy pronto, volveremos a juntar nuestras manos y caminaremos, estrechados los cuerpos, hacia esa enorme línea que separa una inmensidad de otra. Pronto, muy pronto, el infinito será nuestro amor y nada podrá pararnos.
Playa de Boccadasse.
Arco della Vittoria.
Playa de Nervi.
Porto antico.
Cinqueterre.
Turín.
Palacios genoveses.
Parlami d'amore, Mariu - Jonas Kaufmann
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