Querido Pablo,
sé que no me escuchas, hablo con
mis recuerdos.
Recuerdo tu
inquietud, siempre buscando conocimientos nuevos; recuerdo tu franqueza, tu
pureza de pensamiento; recuerdo tu amistad. Recuerdo profesores preocupados,
recuerdo pasarte los apuntes; recuerdo los paseos, recuerdo los cines, recuerdo
tu esfuerzo por adaptarte a lo que hiciera falta. En las clases de gimnasia,
mientras tú hacías rehabilitación, no había en todo el polideportivo nadie tan
fuerte como tú.
No te pude dar
el último adiós porque eso no existe. Nunca se sabe que una despedida es la
perentoria, o nunca se quiere creer. La muerte es algo que asusta tanto que
nunca se la espera, a pesar de convivir con ella desde antes incluso de nacer;
por eso, cuando llega, siempre castiga con sorpresa, incomprensión, temor.
Recuerdo tu fortaleza, tu entereza, tu vitalidad; ¿cómo olvidar cuando me
hablabas de curación, de rehabilitación, de andar? Cuando me explicabas los
avances en la investigación de tu enfermedad, tus ojos azules brillaban. Y yo
lo imaginaba como tú, te veía fuerte, capaz de eso y mucho más, me ilusionaba
con ese sueño roto.
Aunque no te
acompañé en tus últimos años, seguí tu trayectoria por terceros testimonios; y
desde luego que no me sorprendió, pues era una continuación. No necesitaba que
nadie me confirmara que sacabas matrículas y que eras feliz estudiando lo que
tanto tiempo habías deseado hacer. Ojalá hubieras aportado a la ciencia tanto
como nos has aportado a algunos en la visión de la vida.
La
vida, que nos unió a su antojo, nos volvió a separar para no juntarnos más.
Cuando supe que habías muerto no reaccioné; aún no lo había asimilado. Y aún me
ha llevado medio año escribirte esta carta. La noche pasada soñé contigo. Soñé
que habías sobrevivido y que volvíamos a pasear juntos, que volvía a empujar tu
carrito y a levantar tu cabeza caída, y veía de nuevo ese brillo en tus ojos.
Después desperté, claro.
Jamás
quise sentir pena. Cuando hablaba de ti y me decían esa palabra, me rebelaba.
Me negaba por completo. Tú no eras distinto, eras una persona más, y tan tenaz
como ninguno. Ahora sí siento pena; siento no haberte dicho todo esto antes,
siento que no me escuches, siento que esa cita que acordamos no llegara.
Siempre
agradeceré tu hospitalidad, tu generosidad y la de tu familia; en ese momento,
no sabría decir quién necesitaba más del otro.
Éste
tampoco es mi último adiós, pues no te pienso despedir. Nunca te olvidaré.
Con cariño
Tu amigo.
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