Subir,
roca a roca,
hasta el duro acantilado
y observar,
palpar,
respirar,
sentir.
Un murmullo que es bramido,
que acalla el espíritu y
abre los pulmones.
¿Cómo algo todo movimiento puede
calmar así?
Sólo las gaviotas osan
alzar su voz sobre las olas,
aleteando sobre mi cabeza.
Se confunde a lo lejos
la línea que siempre nos acompaña,
frente a los ojos,
subamos o bajemos;
la línea que persiguieron tantos
hombres desesperados, ambiciosos,
soñadores,
en busca de nuevas tierras, de
ilusiones;
la línea donde muere el sol
cada día, donde
se pierden veleros
y petroleros:
el horizonte.
¡Bien quisiera yo también
zambullirme en tus oscuras
aguas ignotas, siguiendo
esa curva de sal y nubes!
Querido Pablo
Querido Pablo,
sé que no me escuchas, hablo con
mis recuerdos.
Recuerdo tu
inquietud, siempre buscando conocimientos nuevos; recuerdo tu franqueza, tu
pureza de pensamiento; recuerdo tu amistad. Recuerdo profesores preocupados,
recuerdo pasarte los apuntes; recuerdo los paseos, recuerdo los cines, recuerdo
tu esfuerzo por adaptarte a lo que hiciera falta. En las clases de gimnasia,
mientras tú hacías rehabilitación, no había en todo el polideportivo nadie tan
fuerte como tú.
No te pude dar
el último adiós porque eso no existe. Nunca se sabe que una despedida es la
perentoria, o nunca se quiere creer. La muerte es algo que asusta tanto que
nunca se la espera, a pesar de convivir con ella desde antes incluso de nacer;
por eso, cuando llega, siempre castiga con sorpresa, incomprensión, temor.
Recuerdo tu fortaleza, tu entereza, tu vitalidad; ¿cómo olvidar cuando me
hablabas de curación, de rehabilitación, de andar? Cuando me explicabas los
avances en la investigación de tu enfermedad, tus ojos azules brillaban. Y yo
lo imaginaba como tú, te veía fuerte, capaz de eso y mucho más, me ilusionaba
con ese sueño roto.
Aunque no te
acompañé en tus últimos años, seguí tu trayectoria por terceros testimonios; y
desde luego que no me sorprendió, pues era una continuación. No necesitaba que
nadie me confirmara que sacabas matrículas y que eras feliz estudiando lo que
tanto tiempo habías deseado hacer. Ojalá hubieras aportado a la ciencia tanto
como nos has aportado a algunos en la visión de la vida.
La
vida, que nos unió a su antojo, nos volvió a separar para no juntarnos más.
Cuando supe que habías muerto no reaccioné; aún no lo había asimilado. Y aún me
ha llevado medio año escribirte esta carta. La noche pasada soñé contigo. Soñé
que habías sobrevivido y que volvíamos a pasear juntos, que volvía a empujar tu
carrito y a levantar tu cabeza caída, y veía de nuevo ese brillo en tus ojos.
Después desperté, claro.
Jamás
quise sentir pena. Cuando hablaba de ti y me decían esa palabra, me rebelaba.
Me negaba por completo. Tú no eras distinto, eras una persona más, y tan tenaz
como ninguno. Ahora sí siento pena; siento no haberte dicho todo esto antes,
siento que no me escuches, siento que esa cita que acordamos no llegara.
Siempre
agradeceré tu hospitalidad, tu generosidad y la de tu familia; en ese momento,
no sabría decir quién necesitaba más del otro.
Éste
tampoco es mi último adiós, pues no te pienso despedir. Nunca te olvidaré.
Con cariño
Tu amigo.
Semana Santa
Esta
Semana Santa he tenido la ocasión de asistir a algunas procesiones en
Valladolid, Cáceres y Zamora. También he visitado una exposición sobre Jesús nazareno,
donde he aprendido en qué consiste el Vía Crucis, cuya puesta en escena he
vivido igualmente en las calles de la capital.
No
es la primera vez que veo procesiones, claro está. Otros años me topaba con
ellas o las iba a ver con mi tío, pero no de esta forma. Esta Semana Santa he
vivido nítidamente el sentimiento palpable de estas marchas; la música me
sobrecogía con los tambores retumbando en mi cuerpo y las trompetas, tubas y
demás instrumentos rasgando el viento nocturno; olor a incienso y cirios
llameantes. He sentido gran expectación esperando la salida de los pasos de las
iglesias, he disfrutado de la escenificación de la pasión y creo haber sentido
lo mismo que un creyente un poco serio puede sentir ante esta puesta en escena.
La imagen de estas procesiones es impactante; el paso acompasado de los cofrades
ocultos en sus caperuzos…
Especialmente
intensos me parecían los encuentros entre tallas, que de tan realistas parecía
que realmente María iba a acoger a Jesús en sus brazos. Las escenificaciones
por las calles y plazas ayudaban a ambientar cada parada de los vía crucis. La
percusión la sentía directamente en mi pecho, sobrecogiéndome.
Además de
esto, estas vacaciones he terminado El hereje de Miguel Delibes, cuya
representación temática he seguido en San Pedro Regalado y que trata de la Reforma
religiosa con Valladolid como escenario; además, llevo un tiempo leyendo la
Biblia, con mayor o menor constancia. El segundo lo leo porque es un libro importante en nuestra cultura y,
de hecho, con lo poco que he leído comprendo muchas cosas en que antes no
reparaba o a las que no daba excesiva importancia; en cambio, el primero me ha
hecho interesarme por algo que siempre me pareció aburrido, anticuado, alejado:
la teología. Porque en el instituto aprendíamos historia de España, así que
nunca me habían explicado en qué consistió la Reforma de Lutero (me pregunto si
los creyentes católicos lo saben). El libro es una emocionante reivindicación
de la libertad religiosa, tan lapidada en otras épocas (incluso hoy, por
desgracia).
Quisiera añadir para terminar que las procesiones de Semana Santa podrán ser un fastidio para mucha gente, pues cortan y abarrotan calles en nombre de una religión; pero al mismo tiempo benefician a otros muchos atrayendo turismo cultural, no sólo de sol y playa. Y, aunque sea una frase muy pro-taurina, al que no le guste, que no vaya (la diferencia en este caso es que las procesiones sí son cultura). Además, ya sé que mis lectores son muy respetuosos, pero tengan cuidado con criticar: no quisiera que acabaran en la cárcel por ofensa a los sentimientos religiosos...
Quisiera añadir para terminar que las procesiones de Semana Santa podrán ser un fastidio para mucha gente, pues cortan y abarrotan calles en nombre de una religión; pero al mismo tiempo benefician a otros muchos atrayendo turismo cultural, no sólo de sol y playa. Y, aunque sea una frase muy pro-taurina, al que no le guste, que no vaya (la diferencia en este caso es que las procesiones sí son cultura). Además, ya sé que mis lectores son muy respetuosos, pero tengan cuidado con criticar: no quisiera que acabaran en la cárcel por ofensa a los sentimientos religiosos...
Se nota que el tema no lo he abordado demasiado porque termino de trabar estas ideas un año después. Llevan meses en el tintero, esperando otra semana de pasión para ser subidas. De todas formas, os recomiendo
su lectura y asistir a este espectáculo cultural nuestro, que no es necesario
ser religioso ni creyente para respetar y amar el arte.
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