A sus oídos llegaba el fresco romper de las olas. El suave
viento se colaba inquieto en la habitación por entre las cortinas. Un extraño fulgor helado iluminaba la estancia, una luminosidad azul... Se oían tristes las notas de un piano, lejanas. No podían
dejar de mirarse el uno al otro, con sorpresa, con familiaridad, con frialdad. Había perdido la noción del tiempo, pero daba igual. Aunque todo estaba oscuras, podía verla perfectamente, tal y como la había imaginado desde que se fue para no volver. La luna oteaba desde lo
alto, no quería perderse ni un movimiento, ni una mirada. Olor a jazmín. Se
observaban desde la distancia, con una extraña sensación de incertidumbre, y a la vez levitando, como si entre las nubes se encontrasen. Las luces y las sombras jugaban en ellos, caprichosas, cual ninfas bañándose en las frondosas profundidades de un bosque.
No encontraba palabras para explicar sus sentimientos, que eran muchos y a la vez muy intensos. Inesperado llegó el sol, también interesado en lo que ocurría en la antigua y solitaria habitación de mármol en las paredes y óleos en los suelos. Con sus alargados dedos dorados nacieron sentimientos nuevos. El calor invadió su corazón. Ahora podía verla mejor. Entonces, tras hundirse desesperado en su mirada de catarata como un suicida en una azotea, comprendió.
No encontraba palabras para explicar sus sentimientos, que eran muchos y a la vez muy intensos. Inesperado llegó el sol, también interesado en lo que ocurría en la antigua y solitaria habitación de mármol en las paredes y óleos en los suelos. Con sus alargados dedos dorados nacieron sentimientos nuevos. El calor invadió su corazón. Ahora podía verla mejor. Entonces, tras hundirse desesperado en su mirada de catarata como un suicida en una azotea, comprendió.
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