Abismo
Tras tan largo y tortuoso camino, me hallé sin saber cómo ni por qué al borde del más alto precipicio. Junto a mí no había sino silencio y luz, una luz cegadora. Después de todo, ¿qué hacía yo allí? Pero no sabía que a todos nos llega la hora, que todos tenemos el mismo sueño. Miré a la izquierda, miré a la derecha, y nada vi. Miré hacia arriba y tuve que agachar la cabeza para no quemarme los ojos. No quería mirar abajo pues conocía mi destino, mas unas ganas insoportables de hacerlo me invadían. La más pura blancura me acompañaba, y no sentía nada más que la fastidiosa luz. La soledad me angustiaba, me oprimía fuertemente el pecho. Yo no quería estar ahí, ¿por qué estaba allí? Pero tenía que estar allí, era donde debía estar. No sabía qué hacer ni qué no hacer para salir de ese horrible sueño y escapar de tan opresiva sensación. No me encontraba cómodo allí. ¿Cuánto hacía que estaba allí? Toda una vida, una eternidad. No sé cómo ni por qué, pero miré hacia abajo. En ese instante me mareé y la más abrumadora oscuridad se adueñó de todo y caí al abismo. En contra de lo que yo había pensado, no estaba solo: mi padre me sujetó de la mano desde lo alto y la luz volvió a aparecer en el cielo. Poco duró mi esperanza, pues mi padre también cayó. Y nos precipitamos los dos juntos hacia las profundas entrañas de lo desconocido, de la mano.
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