Hoy ha llegado el día de despedir un hogar. La casa donde he vivido
prácticamente todos mis momentos junto a mis abuelos, reencuentros
familiares en Nochebuena y Navidad, el confinamiento con mi padre, el
primer hogar para mi pareja y para mí...
Echaré de menos el viejo sofá donde todos los días me sentaba con mi abuelo y mi padre,
la mesa de comedor llena de fotos de familiares,
las ventanas que no daban a la calle pero dejaban ver lindos atardeceres.
Echaré de menos las partidas de cartas después de comer,
así como las noches de fiesta en que volvía tan tarde, cuidando de no despertar a nadie
(sobre todo a mi abuela, que tenía el sueño muy ligero),
y las mañanas de resaca antes de ir a clase.
Belén y yo echaremos de menos tu luminosidad,
tu cocina, donde experimentamos tantas recetas,
tu balcón, donde salíamos a comer,
una casa, en fin, donde habitar juntos.
Puede que hasta echemos de menos tu kilométrico pasillo,
el frío en invierno y el calor en verano,
los vecinos,
las vueltas y vueltas para aparcar.
Hace
días que la casa no es más que la sombra de lo que fue, vacía, sin más
mobiliario que polvo y sin más compañía que el eco. Ya no quedan todos
los armarios con los enseres y pequeñas posesiones de mis abuelos. Ya no
hay sofá, ni cama, ni nada; pero aun así no puedo dejar de pensar en
todo lo que estas paredes han visto. Bajo sus altos techos quedarán los
recuerdos de tantos momentos de nuestras vidas, con sus venturas y
desventuras.
Pero ya es hora de decir adiós. Doy un último vistazo al
pasillo desnudo antes de cerrar la puerta tras de mí, y con ella una
etapa de mi vida.
Adiós, querido hogar
Una vida contigo
Quiero reír, salir y divertirme.
Quiero amor y sabor.
Quiero probar, cantar y bailar.
Quiero conocer y querer.
Quiero construir y escribir.
Quiero rodar, volar, viajar.
Quiero leer y comprender.
Quiero sentir, quiero vivir.
Y también quiero gente a mi lado con quien compartirlo.
Tú eres mi acompañante,
y es tu sonrisa lo que quiero cada mañana,
y tu abrazo al final del día.
Quiero subir al monte y bajar a la playa,
descubrir pueblos y ciudades y
Quiero verte evolucionar, crecer,
y siempre apoyarte,
y siempre adorarte.
Quiero planear, soñar y realizar nuestro futuro...
Resumiendo: quiero hacer siempre lo que ya hacemos.
Quiero una vida contigo.
Noche de vendaval
El viento azota la ciudad,
sibilante,
y no me deja dormir.
Golpea fachadas y persianas
y entra en mi cabeza.
No logro conciliar el sueño pues
por mi mente pasan decenas de imágenes de experiencias pasadas.
Nombres que no recuerdo, personas, lugares,
vivencias.
Todo se me antoja lejano,
todo inasible.
No soy capaz de agarrar las ideas de ese pasado en que fui feliz.
¿Tanto tiempo ha pasado?
Y mientras tanto el viento suena, violento,
dejándome pensativo, descolocado.
¿Dónde está toda esa gente?
¿Qué fue de esos bellos momentos?
Siento desconsuelo, intranquilidad.
El feroz vendaval me desapacigua y
no me da tregua ni descanso.
La certeza de que el tiempo pasa y pesa sobre mí,
de que me encuentro mayor,
y tengo menos brío.
Pero ¿no estaré exagerando un poco?
El sonido funesto que me inquieta
fustiga mi conciencia
y corta mis pensamientos.
Un viento terrible, sobrecogedor,
silbando tras cada artista,
que hace bailar a las finas ventanas,
me hiela el espíritu y me encoge el pecho.
La noche se me antoja tan vacía y solitaria,
llena de incertidumbre y desasosiego.
Si me inquieta de esta manera el silbo,
ya sea rumor, ya bramido,
¡qué noches de penuria
debieron pasar los conquistadores de Tenochtitlán,
cuando noche tras noche,
desde lo más alto del templo mayor,
donde habían visto caer a sus compañeros,
sacrificados,
sus enemigos hacían sonar silbatos con sonido horrendo, mortal!
Mis pensamientos divagan anárquicamente
como la propia ventisca,
y pienso:
¿me será tan sencillo olvidar lo que estoy viviendo hoy?
Finalmente el viento arrecia,
mi cuerpo se destensa,
mis músculos se relajan
y mi mente se calma hasta
quedarme dormido.
Ventanas
Barrera invisible (o no tanto) entre interior
y exterior;
foco de luz,
emisor de frío y calor;
la pared,
con vidrio, vierteaguas (alféizar), suciedad
dentro.
Puede ahogarnos en
claustrofobia
(aunque los claustros sean
tan abiertos; no entiendo
que alguien pueda tenerles miedo)
o trasladarnos fuera, al
paisaje.
Ventanas de lúbrico nombre
(correderas),
ventanas mal cubiertas en la batalla
(abatibles),
ventanas barrocas
(oscilobatientes),
ventanas de firmes convicciones
(fijas).
Ventanas con vidrio, doble vidrio, rotura de puente térmico;
o ventanas precarias de
alabastro, piel de animal, papel, telas;
vidrieras góticas,
muros de vidrio pavés.
Ventanas traslúcidas, transparentes,
condenadas.
Ventanas cubiertas con cortinas,
con persianas,
con contraventanas.
Ventanas de plástico,
de aluminio,
de madera,
de ladrillo,
de piedra…
Ventanas con barrotes,
ajimezadas,
ventanas de todas las formas.
Ventanas hay muchas;
y con ellas
y la obligación de aprenderlas
y dibujar sus detalles constructivos,
ganas de tirarse por ellas, también.
Cigüeñas en el cielo
y el sol, oculto entre ladrillos, reflejaba
sus últimos rayos sobre el río,
cuando de poniente, de repente,
decenas de puntos negros salpicaron el cielo.
En su ciego caminar, los viandantes alzaron la vista para contemplar el raro espectáculo.
¡Mira, hijo! -decía el anciano a su nieto- ¡son cigüeñas!
Planeando iban, camino a lo más oscuro de la noche, que ya asomaba,
siguiendo siempre su trayectoria, pero
demorándose en el vuelo, despreocupadas,
haciendo mil espirales desordenadas,
como si a todos quisieran enseñarnos sus gráciles movimientos.
Antigua imagen de mal agüero,
una escena así vio hace siglos don Pedro Girón,
quien había de casarse con Isabel la Católica
“Por san Blas, la cigüeña verás,
¿Presagian tal vez hechos horrendos que
nos depara este año nuevo?
No sabría yo responder, ni meterme quiero en tal embrollo;
no soy hombre de supersticiones, pero tampoco de banalizar.
Lo que tenga que venir, bienvenido sea.
Mas me parece imposible que una imagen tan bella
guarde un significado oscuro.
Sea como fuere, y venga lo que tenga que venir,