Cuando amamos pensamos que es para siempre, y en efecto lo es; mas no como pensamos. El amor es algo que llevamos dentro, que portamos con nosotros incluso cuando a quien amamos se ha ido. Hoy se ha marchado mi abuela.
Sebas tenía un corazón que no le entraba en el pecho. No he conocido nunca una persona tan buena, desprendida, dulce bajo su sequedad castellana, humilde... en ella no cabía maldad. Si en verdad existe el cielo, cosa que dudo mucho, Sebastiana debe estar ya a la diestra del señor en el que ella sí creía.
Si supieras cuánto he llorado
pensando en este día funesto.
Sin ti
comer es un vacío,
abuela.
Esto escribí cuando la enfermedad de mi abuela fue a peor, hace años; y, sin embargo, hace tiempo que el vacío ya había llegado a su mente. Apenas una tenue sonrisa se podía dibujar en sus ojos, en raras ocasiones. Sebas no era más que una sombra de lo que fue ("Sebastiana, Sebastiana, quién te ha visto y quién te ve"). Esto ha sido el final de una larga decadencia. Hace dos años mi abuela dejó definitivamente de andar, y lo que sentí lo dejé aquí escrito:
https://espejeel.blogspot.com/2017/03/fria-vision.html?m=1
¿Por qué lloro si llevas años ausente?
Cierro los ojos y pienso que
ya no volverás a gritar levántame una y otra vez.
¿Cómo saber qué tarta de cumpleaños sería la última que compartiríamos?
Que esto haya pasado en este momento, en medio del confinamiento, ha tenido para mí algo positivo: me he ahorrado velatorios, misas y funerales. Jamás olvidaré lo mal que lo pasé en la misa de mi abuelo; y, con todos los velatorios a los que he debido asistir, ya tengo claro que es justo lo contrario de lo que se debería hacer. Familiares, amigos y conocidos, todos reunidos en una atmósfera cargada con el féretro en la sala de al lado; momentos incómodos, gente que asiste obligada, conversaciones vanas, fórmulas vacías repetidas mil veces, falsos consuelos...
Esta vez no ha habido nada de eso. La familia junta bajo un mismo techo, hablando de la difunta, cada uno contando una historia o un aspecto de su vida. Compartiendo la carga de su pérdida recordando momentos remarcables de su vida. Claro está, en la conversación tenía que estar también mi abuelo Rufino. ¿Cómo pensar en la una sin el otro? Los dos han vivido los mismos años, y la vida ha querido que muriera primero el que conservaba la cabeza en su sitio, ahorrándole el dolor de la muerte de la otra; mientras que la otra tampoco se enteró prácticamente de la pérdida de su marido, así estaba ella.
Ahora que los dos se han ido, sólo queda de ellos el recuerdo que nos han dejado, así como las enseñanzas y formas de ver y encarar la vida. Así, y no de otra manera, es como nos acompañarán el resto de nuestras vidas.
Te quiero mucho, abuela.
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