Carta a mi abuelo

6 de octubre de 2024



Querido abuelo,


como me pasa todos los años desde el día en que te fuiste, un sexto sentido me avisa cuando esta fecha se acerca. Parecería lo más lógico que, pasados ya seis años desde entonces, te pensara y te extrañara un poco menos. Pero lo cierto es que no es así. Rara vez pasan más de dos días sin que aparezcas por mi cabeza. Con el tiempo lo pienso menos, ya está muy aceptado que no estás; sin embargo, queda tanto de ti que parece una fuente inagotable. Son muchas las situaciones que me llevan a volver a ciertos momentos bellos que viví contigo o que me recuerdan alguna enseñanza o consejo tuyo.

Una de las cosas que siempre he admirado de ti es la curiosidad infinita que tuviste hasta el final de tus días. Cualquier cosa valía: la segunda guerra mundial, las plazas mayores de España, la ley de propiedad horizontal, cómo cuidarse después de un infarto al corazón... Y, por supuesto, no podía faltar el periódico de los domingos (que venía con esa revista que a mí me gustaba leer). Tus ideas y conocimientos podían no estar completamente actualizados, después de más de noventa años de venir a un mundo completamente diferente al nuestro; pero tú querías estar siempre al día de todo lo que pasaba. Por eso, las noticias (el parte) eran sagradas en la tele.

Desde que nací, día a día, año tras año, me has inculcado esa vitalidad y esa curiosidad sin fin. Hoy quiero agradecértelo ofreciéndote algo de lo que mejor sé hacer. Este libro va dedicado a ti. Porque está plagado de curiosidad, de ganas de aprender y de luchar.

Tal vez esta carta, esta dedicatoria, no sean más que una expresión de mi lucha contra el olvido. Los años pasan y el eco de tu voz se va desvaneciendo. Sin embargo, recordar esta fecha, pensarte tanto incluso sin pensarte, me confirman que sigues aquí conmigo.

Hay quien dice que uno no muere del todo hasta que se pierde por completo el más mínimo recuerdo de él, que se diluye para siempre en las penumbras del olvido. Eso me reconforta, porque sé que mientras yo viva tú vivirás también. Porque sé que siempre estarás conmigo.


Te quiero, abuelo. 

Hasta siempre.

 

 

 


Miedo en tu mirada

Sé que tu mirada oculta

muchos miedos.

Miedo a fallar,

a hacer el ridículo,

a quedarte solo.

Miedo a no ser suficiente,

a pensar diferente,

a salirte del redil;

miedo a quejarte en alto,

a reclamar,

a luchar.

Miedo a volver al paro,

miedo a que el dinero deje de entrar en casa.

También oculta incredulidad,

que es miedo a creer,

seguro que por tu propia experiencia.

Liarte la manta a la cabeza y pelear tú solo sería una locura,

los dos lo sabemos.

No, amigo, no estás solo;

todos tenemos tus mismos miedos.

Pero también sé que en tus ojos

una pequeña llama brilla cuando

por un instante piensas en lo que te digo.

Y es en ese momento, breve,

mutilado por tus temores, que son

los nuestros, los de

todos los explotados de

todo el mundo y de

toda época,

es entonces cuando lo ves.

Sí, en el fondo lo sabes.

Ese mundo es posible y necesario.

Y seremos nosotros quienes lo construyamos. Pero,

primero,

debemos tumbar los miedos que nos atan

antes de romper las cadenas que nos oprimen.

Dame la mano, compañero, y

comencemos desde el principio

nuestro futuro.

Elegía a un amigo

Desde lo más hondo de mi pecho siento una gran pena,

pues dentro de él mi corazón se ha roto.

En él, una pieza pequeña pero especial,

de pura luz y alegría,

acaba de fragmentarse;

y ya perdió toda la vida,

y ya perdió todo el color.

Y es ese gran dolor que dentro de mí anida

el que a escribirte me obliga

estos versos de amargor.

No es por ti que lleno mi copa

del sanguíneo licor,

no es por ti

que entre sollozos salí

de mi casa

para comprar este vino italiano.

No es por ti, no, que alzo el vaso

sin esperar un brindis. Es por mí

y por el recuerdo que de ti guardo;

es por todos esos momentos inolvidables en los que

compartimos una botella;

es para inundar esta muda congoja que me atormenta.

Y mientras su contenido bebo, revivo en mi memoria

esos recuerdos, esas historias,

que en esa pieza de mi corazón guardaba.

Hasta siempre, Carlos, en mi corazón queda

la fracturada pieza

donde nuestros recuerdos guardo.

Y si me faltan energías,

pensaré «pilas, pilas, pilas»;

y si me falta el arrojo,

recordaré tu historia de aplomo.

Te quiero, papi.