Querido lector,
¿alguna vez te ha pasado que, navegando por Internet, te has
encontrado con un texto interesante (ya fuera una noticia, una entrada
de un blog o una poesía) y has pensado «qué interesante, luego lo leo», y
ese luego no llegó nunca? A mí me pasa continuamente, por más
que intente impedirlo, y así es como mi navegador, tanto el del móvil
como el del ordenador, está a rebosar de ventanas con textos que
seguramente nunca leeré.
No sé a ti, pero a mí me resulta un poco frustrante, y es un signo de
nuestra época: si alguien nos pregunta por el contenido de ese texto,
tendremos una ligera noción de lo que trata (habremos leído el título,
tal vez los mensajes destacados o «santos», como se llamaban
antiguamente), y aun así no conoceremos el tema más que de una forma
superficial. Así ocurre normalmente con todos los acontecimientos hoy
día, pues tenemos la sensación de que pasan muchas cosas a nuestro
alrededor, las modas o tendencias se suceden a un ritmo vertiginoso,
pero sentimos que «no tenemos tiempo» para profundizar en nada de ello.
De este modo, la famosa lectura en diagonal se ha convertido en la
norma, lo que muchas veces favorece la desinformación.
Te haré otra pregunta. ¿Alguna vez has sentido que lo digital tiene
«menos valor» que lo físico? ¿Que lo tangible te emociona más? No hablo
ya de cosas tan evidentes como la diferencia entre asistir personalmente
a un evento o verlo retransmitido en una pantalla, con los posibles
fallos de conexión o interrupciones publicitarias. Si alguna vez has
hecho un curso digital comprenderás de lo que hablo.
Te pondré otro ejemplo: la moda por los discos de vinilo. Para mucha
gente, tener acceso ilimitado a todo tipo de música desde un dispositivo
electrónico ha hecho que se pierda la magia de seleccionar un disco
concreto, observar su portada y colocarlo en un tocadiscos para
escucharlo.
¿Qué decir de la lectura? Por más que podamos descargar miles de
libros en formato electrónico y leerlos en el ordenador, el móvil o la
tableta, el hecho de estar conectados a Internet dificulta la lectura
profunda, ya que en el momento menos pensado puede llegarnos una
notificación que nos desconcentre. La cantidad de contenido que
encontramos en línea es tan grande, la información que recibimos
diariamente nos bombardea de una manera tan intensa, que el valor o las
ideas de muchos textos se desvanece por completo.
Por paradójico que nos pueda resultar, lo electrónico ha perdido
mucho valor de comunicación. Ya no se siente igual recibir un boletín
electrónico o newsletter cuando nuestro buzón está atestado de correos promocionales, laborales o administrativos.
Por todo ello, se me ha ocurrido hacerte llegar mis letras de una
nueva forma, o tal vez no tan nueva: una carta postal. ¿Cuándo fue la
última vez que recogiste un sobre manuscrito del buzón? ¿Hace cuánto que
no abres esa puertecilla con impaciencia, esperando la llegada de una
carta especial? ¿Recuerdas la ilusión de tener entre tus manos la carta
de un amigo? Al igual que escuchar música en discos de vinilo, no es
comparable recibir un mensaje de chat o de correo con abrir la carta que
esa persona ha escrito para ti, la ha metido en un sobre, sellado y
llevado a un buzón.
¿Qué me dices? ¿Te gustaría recibir una carta mía al mes? Si te
animas, te enviaré un resumen con novedades como ferias, presentaciones o
ediciones de nuevos libros, así como un relato, un poema o algún texto
de mi blog que tal vez no conozcas. Sólo te costará 3 euros, el precio
de una jarra de cerveza, para cubrir los gastos de envío y darme un
pequeño apoyo para seguir desarrollando mi pasión por la escritura.
Si estás interesado, te invito a rellenar este formulario o, si lo prefieres, mandarme un mensaje con tu dirección, y a principios del mes que viene te haré llegar tu carta literaria.
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Y, ahora, me despido de una manera bien epistolar.
Afectuosamente,
Sergio.