Ribera del Duero

Cualquier fiesta es una oportunidad y, siempre que podemos, la aprovechamos para viajar a lugares cercanos pero ignotos; lugares concurridos y solitarios; lugares que aparecen en mapas turísticos o que se mimetizan con su entorno y no llaman la atención por fuera, encerrando joyas en su interior.
Como el pasado viaje, para éste planeé todo tipo de rutas en papel, aun sabiendo que las horas de luz serían inclementes y no veríamos todo. El día de todos los santos fuimos desde Peñafiel a Aranda de Duero, pasando por Haza, Hontangas, Fuentespina, y Fuentelcésped...


Haza es una villa que se esconde a los poco observadores que circulan por la carretera nacional. Tras sus casas al borde del precipicio se esconden los restos del blanquísimo castillo y las murallas, todos desperdigados como si acabase de estallar una bomba en su interior. El silencio, respetado por los dos o tres habitantes que pasean a esas horas por las calles vacías, es absoluto. A esas horas no había nadie que nos pudiera abrir las puertas de la torre rehabilitada ni de la iglesia románica, así que, tras un breve paseo, partimos.

Nada.
Nada se siente,
nada se escucha,
nada sucede.
La nada helada ocupa las piedras
de la villa,
flotando entre sus vericuetos;
la nada nos llena el pecho,
la respiramos vacía,
la sentimos,
la vemos...
Nada.

No había tiempo para volver a la carretera nacional y dar un largo rodeo, así que nos aventuramos por los infinitos caminos de tierra de los labradores, que parecía más divertido. Y lo fue, desde luego. Apunto estuvimos de perdernos, pero desoímos los consejos del GPS. Antes de llegar a nuestro destino paramos en una bella alameda, bañada en oro y plata fluvial.

Sólo el ruido de
hojas cayendo y
el murmullo del agua
nos acompañaba.
Murallas derrumbadas,
ermitas abandonadas,
pueblos enteros en
ruinas.
De un pueblo a otro fuimos
en busca de lo desconocido.

El gracioso nombre de Hontangas es el del siguiente pueblo donde echamos el freno de mano, tras pasar por Adrada de Haza. Una iglesia y una ermita, donde la segunda es mucho más bella que la primera. Paradójico, ¿verdad? Se excava ésta en la roca sobre la que se asienta la iglesia, entrando en una cueva sostenida por pilares que guardan la imagen de la virgen de la Cueva. Entramos furtivamente en la iglesia abierta y vacía, pedimos a la virgen antes mencionada que no nos lloviese y nos fuimos.

Verdes campos,
áureos bosques,
bermejos viñedos...
entre los árboles aparecen
vestigios de otras épocas,
pasan sobre nuestras
cabezas los pájaros.
La naturaleza otoñal
excita nuestras pupilas.

Tomamos de nuevo el rumbo hacia Aranda, pasando antes por Fuentespina. Una vez en la villa, visitamos lo que pudimos (las iglesias estaban llenas por el día que era) y paseamos en busca de comida. A los pies del manso Duero, junto a la cobriza alameda, descansamos.
     Por la tarde la noche se nos echó encima, muy pronto como siempre, pero antes tuvimos tiempo de ver Fuentelcésped y su aislada ermita (destacaban los abrevaderos que le dan nombre), Santa Cruz de Salceda y de pasar a Soria para visitar Castillejo de Robledo y Langa de Duero.

Junto a una expiatoria
cruz,
rodeados de pedregosas ruinas,
nos sentamos.
Era tarde.
Museos, iglesias, monasterios...
todo estaba cerrado ya;
pero seguimos nuestro camino.

Al entrar en Soria, el paisaje cambió de manera apenas perceptible. El terreno empezó a ondularse, los bosques proliferaron, la tierra se hizo más oscura y el cielo más gris. Castillejo de Robledo es un pueblo precioso; para mí el más bello de cuantos visitamos esta ocasión.

Eróticas escenas adornan
el exterior de la iglesia románica,
junto a la fortaleza.
Laberínticas calles
perdidas, vacías...
Derruido, casi
olvidado, pero en medio
del montañoso pueblo
se asienta el
castillo templario...
Rocas superpuestas,
grietas,
arcos que se intuyen;
escalamos hasta lo alto y
dominamos el pueblo entero.

Antes de llegar al final de nuestro viaje, Langa de Duero, paramos a beber de una fuente en el robledal donde los infantes de Carrión afrentaron a las hijas del Cid. 
Soria, leyenda e historia.


Nuestra ruta acabó
en lo alto de un
altozano, junto
a la torre de un castillo.
La oscuridad tras el atardecer nos quitó
toda esperanza
de ir más allá,
y dimos la vuelta.



Por esta zona hay miles de pequeñas y grandes cosas que ver; se nos han quedado muchas por el camino, así que la vuelta es obligada (las rutas ya están planeadas...)

Haza.



 




De camino a lo ignoto.

La alameda dorada.
  



                   
Adrada de Haza.

 Hontangas.





Una ermita abandonada.

 


Aranda de Duero.









 Fuentelcésped.
































Fuentespina.




Santa Cruz de Salceda.


Castillejo de Robledo.



El robledal de Corpes.



Langa de Duero.
 



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